Penumbra, de Animalario

"Niño: La felicidad es posible.
Madre: ¿Quién te ha dicho eso?
Niño: Lo más importante es algo que uno te enseña sin darse cuenta. La felicidad es posible.
Madre (al padre): Dile algo, por Dios.
Padre: Te tengo dicho que no le des al niño tanta sopa".

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Cuando el teatro se alimenta de emociones y apuesta por los bordes deformados de las mismas, por esas cicatrices internas que las palabras describen torpemente, volvemos a recordar cuán poderoso puede ser el escenario. Sin alardes, sin necesidad de elaborados argumentos o efectos especiales, Animalario nos ofrece un cuadro de confusa intimidad donde la angustia cotidiana, lo que se dice o calla, lo que se entiende y no, lo que se hace porque sí o sin querer, nos obliga a deternos y, por un instante, contemplar con ellos, desde una (im)posible tercera ventana, el eco de nuestros temores, el reflejo de algo que debería llamarse miedo si nos atreviéramos a reconocerlo como propio.

Y es que, aunque se nos olvide a menudo, el teatro no es sólo otro modo de contar historias, puede ir mucho más allá y debiera hacerlo con más frecuencia y menos precauciones. Manejar el simbolismo, el humor negro de la perversión cotidiana, recordar que el dolor siempre está ahí, a veces más poético, otras injustificable, pero siempre ahí. Como los sueños. Aunque no recordemos lo soñado ni alcance nuestra interpretación para entendernos. ¿Cuándo un sueño repetido se convierte en pesadilla? ¿Elegimos qué soñar y con quién?

Algo de todo esto y otras muchas inquietudes laten en el corazón de Penumbra, un corazón atravesado por los personajes, encarnado por Guillermo Toledo como la más jodida voz de la conciencia. Conciencia que encara a los protagonistas pero que nos habla a todos, nos seduce con su discurso del caos donde la belleza y el dolor van de la mano. Penumbra es esa presencia, pero es también el agobiante espacio en el que nada transcurre. Un esqueleto de casa junto a una playa a la que no se va nunca, unos personajes que se saben demasiado manejados por las circunstancias, que se tornan fácilmente títeres, muñecos en mano ajena capaces de repetir eternamente la misma escena.

Algo de todo esto y otras muchas inquietudes laten en el corazón de Penumbra.

Ayer terminó su presentación en las Naves del Español en el Matadero de Madrid. Si se los encuentran, no dejen de disfrutarlos.

Texto:  Juan Mayorga y Juan Cavestany.
Dirección: Andrés Lima.

Iluminación: Valentin Álvarez y Pedro Yagüe.
Vestuario: Beatriz San Juan.
Escenografía: Beatriz San Juan.
Espacio sonoro: Nick Powell.
Diseño y construcción muñeco Niño: Román y Cia.


Actúan: Luis Bermejo (Niño), Nathalie Poza (Madre), Alberto San Juan (Padre), Guillermo Toledo (Penumbra).