Los santos varones




El placer de encadenar la lectura de varios libros de un mismo autor.
Terminamos el año conociendo y presentando a Luciano Lutereau.

Acá varios motivos para regalarse la lectura de Los santos varones.*

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Un carácter irritable era un lujo que yo no podía permitirme.

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Suele ocurrir que las mujeres puedan desarrollar su admiración por un hombre sin el menor rastro de conflicto entre dos opciones. Una mujer puede amar a su marido y a un cantante francés al mismo tiempo. Sólo los hombres padecen como un problema el vínculo decisivo entre sus esposas y sus amantes. (...) Una mujer puede tener varios pares de zapatos y sentir la necesidad de comprar un par nuevo, porque es diferente a los anteriores. Y luego usar las mismas zapatillas todos los días.

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Elegir ciertas profesiones es como formular un decreto anticipado de tu inutilidad, a pesar de los estudios soberbios con que algunos especialistas - y éstas son realmente las personas que no sirven para nada - pretenden demostrar que todos somos perfectos y que llevamos dentro de cada uno una estrella, o un don diferencial que nos habilitaría a hacer cosas que nadie más puede hacer, quehaceres con los que seríamos únicos y hermosos.

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"No tenés que tenerle miedo a la oscuridad, porque Dios siempre te va a estar mirando". Y entonces sentí un horror profundo frente a la mera idea de que la oscuridad pudiese revelar un perfil atemorizante, como si un espacio emancipado fuera restringido a la condición de propiedad vigilada. A partir de ese momento comencé a temerle a las palabras de mi madre. Luego a las palabras, simplemente.


* Los santos varones, Factotum ed. Bs. As., 2011.

últimas polaroids

(notas de la residencia de verano del madrinazgo Kusmuk)


2012
nos hizo tan posibles
que ahora estamos acá
apuntalando el breve terremoto,
esos doce segundos terminales
donde seremos otros.

(todavía)

seremos la tormenta inesperada,
un pedazo de pan con mantequilla,
el jazmín perfumando la escalera del tiempo
y algunas altas olas, muy frías, a lo lejos.
seremos desde ahora un buen recuerdo
sin una foto o prisa por guardarse.

estaremos en breve descorchando
la excusa necesaria,
puliendo la mirada del amado
como quien pasa y canta o silba. o nada.

y pronto no sabremos explicarnos
nuestras torpes corduras,
ni mordernos la lengua o los olvidos,
y estaremos de nuevo
repasando las cuentas que no salen,
usaremos un nombre por costumbre
y alguien sonreirá
cuando otro diga che, no sé qué quiero
y el día nos comience una vez más.

m.trigo

Humanidad versus globalización, by Boccanera

(...) "Alguna vez el término humanidad designó una comunidad planetaria, una sociedad plural. Era una palabra abarcadora de la complejidad del ser, su sentir, su lucha diaria, su inventiva y su devenir histórico. Nombrarla era sentir el latido de la especie y vislumbrar las entrañas de aquello que percibimos como futuro; una palabra ubicada más allá de la abstracción que supone la mención del cosmos y lejos también de denominaciones interesadas como civilización y progreso, sospechosamente de la mano del colonizador.

Ahora, que el objeto ha reemplazado al sujeto, decimos globalización, como si ese término ocupara el espacio de la palabra humanidad, que parece haber extraviado sus rasgos esenciales, su naturaleza. A una humanidad sin lo humano, entonces, le correspondería una mundialización sin mundo; miseria y alineación en el modelo de desarrollo impuesto por el capital financiero que, además, resulta ecológicamente insostenible.

La globalización devastadora que en todas partes se siente en su casa, rebaja esa impronta de humanidad en sucesivos ajustes estructurales que empobrecen mucho más allá del salario; porque afectan la historia, la creatividad, la autoestima, la memoria, la dignidad, la alegría, la conciencia, la posibilidad del mañana. La alternativa a ese modelo involutivo es reconfigurar la democracia a la medida del hombre. Para ello es imprescindible restaurar el sentido común, ver con los ojos de la conciencia; discernir entre el "abarcar" de la globalización y el "conectar" de la solidaridad. Podría decirse que un rediseño de la sociedad en tanto seres que procuran un bien común, es posible desde el acto mínimo de distinguir aquello que vale la pena, econtrar un sentido allá donde sólo se percibe utilidad. Valer la pena, también remite a merecer. Para merecer una sociedad diferente, es necesario mantener la mirada crítica hacia lo establecido, avivar el debate, habilitar lazos sociales, contruir redes alternativas resistiendo el pensamiento único y las formas de discriminación, disputar espacios y llenarlos de contenido. En palabras de Scavino, el compromiso ético pasa, además, por sostener el propio deseo. Todo ello resulta sumamente arduo cuando desde los centros de Poder se procura un ciudadano descartable, confundido entre el deseo y la tentación, impedido de reconocer sus necesidades y de desplegar sus potencialidades".

Jorge Boccanera.

Art. "Solidaridad y memoria: una idea de reprocidad en siete miradas breves", publicado en la revista Dulce Equis Negra, n° 2, octubre 2005, Bs. As. (pp. 74-79).

Saer

(...) "si él hubiera sabido que lo que se dice debe tener un mínimo de coincidencia con lo que se hace, porque de otra manera cada palabra se convierte en un instrumento destinado a sonar y que no suena, en un oído ensordecido perpetuamente, en una cosa parecida a tener el impermeable en la tintorería un día de lluvia; si hubiera sabido además y al fin de cuentas que cada uno en sí lleva la culpa de lo que le pasa y que achacar a los de afuera es una cosa fea y hasta de bajo sentimiento, y que si bien nadie con ocupación permanente busca el perjuicio de los demás, procurando el provecho propio debe sacrificar los provechos ajenos, y que cuando existe pugna de necesidades va a salir gananciosa la que esté protegida por más fe; (...) si hubiera sabido que cada cosa admite una cosa contraria que invierte sus propiedades de lo que resulta que estando en un sitio a tiro no se puede estar en un sitio a salvo; y si, por fin, hubiera sabido que lo que se levantó de igual modo se desmorona y que lo que parece perfecto es sólo perfecto en relación a su crecimiento y no lo es respecto de su decadencia, y que cuando la decadencia de una cosa comienza a crecer y a crecer entonces se ahoga y destruye su antigua perfección.

Juan José Saer, "Un caso de ignorancia".
En la zona, Seix Barral, Buenos Aires, 2003. (1960)

John Berger

Lectura inagotable: El tamaño de una bolsa, del siempre genial John Berger.

Acá un recordatorio, un sacudirse el polvo para seguir caminando:

(...) Todos los días, a lo largo y ancho del mundo, los medios de comunicación sustituyen la realidad por mentiras. No se trata en principio de mentiras políticas o idelológicas (esas vienen más tarde), sino de mentiras visuales, materiales, sobre aquello que compone en realidad la vida humana y la vida natural. Todas las mentiras convergen en una colosal falsedad: la suposición de que la vida misma es un artículo de consumo y que aquellos que pueden comprarla, son, por definición, los que la merecen. La mayoría de nosotros sabemos que es falso, pero muy poco de lo que se nos muestra confirma nuestra resistencia.

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Lo que nos recuerda la pintura de El Bosco - si se puede decir que las profecías recuerdan - es que el primer paso en la construcción de un mundo alternativo ha de ser rechazar la imagen del mundo que nos han impuesto y todas las falsas promesas empleadas por doquier para justificar e idealizar la necesidad, criminal e insaciable, de vender. Es vital que encontremos otro espacio.
En primer lugar, tenemos que encontrar un horizonte. Y para eso hemos de volver a tener esperanza, en contra de lo que el nuevo orden pretende y perpetra.
La esperanza, sin embargo, es un acto de fe, y la fe para sostenerse precisa de acciones concretas. Por ejemplo, la acción de aproximarse, de calcular la distancia y caminar hacia el otro. Esto conduciría a una colaboración que se opone a la discontinuidad. Resistir no significa sólo negarse a aceptar la absurda imagen del mundo que se nos ofrece, sino también denunciarla. Y cuando el infierno es denunciado desde dentro, deja de ser el infierno.

Amante versus amado

"... el amor es una experiencia común a dos personas. Pero el hecho de ser una experiencia común no quiere decir que sea una experiencia similar para las dos partes afectadas. Hay el amante y hay el amado, y cada uno de ellos proviene de regiones distintas. Con mucha frecuencia el amado no es más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del amante. No hay amante que no se dé cuenta de esto, con mayor o menor claridad; en el fondo, sabe que su amor es un amor solitario. Conoce entonces una soledad nueva y extraña y este conocimiento le hace sufrir. No le queda más que una salida, alojar su amor en su corazón del mejor modo posible; tiene que crearse un nuevo mundo interior, un mundo intenso, extraño y suficiente. Permitásenos añadir que este amante del que estamos hablando no ha de ser necesariamente un joven que ahorra para un anillo de boda; puede ser un hombre, una mujer, un niño, cualquier criatura humana sobre la tierra.
Y el amado puede presentarse bajo cualquier forma. Las personas más inesperadas pueden ser un estímulo para el amor. (...) Es sólo el amante quien determina la valía y la cualidad de todo amor.
Por esta razón, la mayoría preferimos amar a ser amados. Casi todas las personas quieren ser amantes. Y la verdad es que, en el fondo, convertirse en amados resulta algo intolerable para muchos. El amado teme y odia al amante, y con razón, pues el amante está siempre queriendo desnudar a su amado. El amante fuerza la relación con el amado, aunque esta experiencia no le cause más que dolor".

C. McCullers.

La balada del café triste, en el recomendadísimo recopilatorio de su obra, El aliento del cielo, Seix Barral, Barcelona, 2007.

Leer en voz alta by Caicedo.

"Lo que más me gusta, más que subir loma o saltar tapia, es leer en voz alta. Es una opresión blanca en el corazón. Un partirse en dos total: preocupación angustiosa por la opinión que se están haciendo los oyentes de aquel que al leer se está exponiendo. De allí, desconcentración paulatina de la lectura. Mi yo se está quemando en aquellos que no veo, pues tengo los ojos fijos y abarcando sólo los caracteres impresos. Se me hace, entonces, que el que está hablando es sólo un cascarón, una conciencia desconocida. Pero viene, repentino, el momento en que sabes complacidos a los que escuchas con la intensa satisfacción nerviosa que me produce el tacto, y dura lo que una descripción corta: ante una porción de diálogo me pregunto si no habrá que inconveniente en adaptar una voz de personaje para cada uno de los hablantes".

Andrés Caicedo.
El cuento de mi vida, Verticales de Bolsillo, Bogotá, 2007.

Cartas a mi querido espectador


Carta/respuesta al espectáculo Cartas a mi querido espectador de Fabián Gandini presentado ayer dentro del 1° Festival M -Zero en el teatro El Extranjero.

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Querido Fabián,

ayer recibí tus cartas. Gracias. Como bien decís, una carta es un intento de aproximación. Uno de mis intentos favoritos. Por eso recibir anoche todas esas cartas juntas fue uno de esos raros regalos para los que la palabra "gracias" queda chiquita, pobre.

La carta número siete tuvo un raro efecto en la noche. Vi como se alejaba. El tiempo se detuvo o se amplió. Era uno de tus objetivos. Conseguir que las palabras me obligaran no sólo a reflexionar sobre el imposible ahora, sino a focalizar sobre los múltiples planos azarosos y sutiles que construyen eso que a ratos llamamos realidad y, a veces, cuando estamos más inspirados, vida.

La vida en el escenario se oculta bajo infinitos artificios. Muchos de los cuales tenemos tan mecanizados que obviamos. De ambos lados. Intérpretes y espectadores. Tus cartas me obligaron a detenerme en la importancia de lo mínimo, del silencio, el sonido, la voz. Vos no lo sabés, pero a veces deseo convertirme en voz en off de la vida de alguien. No la mía. Algún otro. Tu carta desde la cocina me recordó esa idea. Cuando se escribe a solas y en la noche para ordenar el mundo y se desea que el otro, el destinatario final e ideal de esa carta, pudiera estar ahí compartiendo esa mesa de cocina y ese breve paréntesis silencioso. Sabemos que si estuviera con nosotros en ese momento no habría carta. Ahí también hay dos opciones posibles.

Quisiera conservar para siempre todas las versiones de tu carta número cuatro. Me hizo reír y me obligó a cruzar la puerta que me permitiría llegar a esa mesa de cocina desde la que me escribiste después. Hasta entonces, lo sabés, desconfiaba un poco de todo ese despliegue de papeles. Por inercia, obviamente. Demasiado silencio. Demasiada quietud. ¿Cuándo empieza a bailar todo este asunto?, me preguntaba. Impaciente, sí. Entonces sacaste el as de la carta número cuatro y me explicaste infinidad de cosas con muy pocas palabras. Me relajé. Acepté el juego. Me sentí una pieza necesaria. No imprescindible. Pero precisa.

Mi mundo no danza tanto como quisiera. Pero está lleno de palabras. A veces demasiadas. Palabras que forman frases con las que darle sentido a mi relato, a mi propia voz en off. En el fondo, todos buscamos eso: llenarnos de sentido. Con lo que se hace. O dice. O baila. O.

Y el sentido mayúsculo, la madre de todos los sentidos, se da cuando alguien ahí afuera nos entiende sin preguntas, se suma a nuestra idea, se sabe de repente menos solo, se reconoce en nosotros y nos quiere por un rato. Decís que mandaste tus cartas con cierta antelación, que quizá no era el momento porque la suma de todo esto dentro de unos meses ofrecerá un resultado "más cerrado, más armado y más seguro". Puede ser. Pero acá y ahora, en este mediodía de domingo con sol, desde esta mesa de madera en la que te escribo tratando de responder con una sola carta a tus cuatro meses de escritura, sabiendo de antemano que es imposible, pero amparándome en la confianza que depositaste en mí anoche, necesito que sepas que sí, que "algo de ellos se deja ver" y que "abordar lo precario para descubrir la potencia de la imagen" es un buen camino. La imagen como metáfora infinita.

Quiero que sepas que tu percepción del tiempo arranca más de una carcajada. Mirás al tiempo con la filosofía literal de la infancia. Ese modo de conocimiento intuitivo y espontáneo que luego perdemos, pero cuya lógica rotunda siempre es acertada. Por eso, puedo afirmar que vi cómo la carta siete se alejaba. Un poco triste incluso, sabiendo que su momento de gloria había terminado. Y puedo afirmar que los momentos en los que vos eras ella, y ella era yo, me hicieron sentir extrañamente querida y recordada. Posible en múltiples lugares de los que nada sé.

La voz que sugería un simulacro de aplauso en la posdata era ya la de un amigo que esperaba mi respuesta en algún lugar. Esta es mi respuesta.

De nuevo, gracias,

macarena trigo.

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Cartas a mi querido espectador
Creación e interpretación: Lucia Disalvo y Fabián Gandini.
Idea y dirección: Fabían Gandini.

FESTIVAL MOVMIENTO ZERO
del 7 al 9 diciembre
Teatro El Extranjero, Valentín Gómez 3328

Las Multitudes

Es de noche. Estamos en un bosque. Y es verano. Y es pero no es Shekaspeare. Ellas están enfadadas. Ellos están enfadados. Pero todos se aman. Y se buscan. Y es pero no es Lisístrata. Las Multitudes, última creación de Federico León, es una obra que visita la gran tradición teatral rescatando recursos esenciales para construir una dramaturgia consistente y poética que nos recuerda que el agotado imaginario colectivo aún puede manejarse con inteligencia, humor y sensibilidad para volver a contarnos, sí, de nuevo, la historia que todos necesitamos escuchar, la que todos entendemos: te quiero pero no puedo quererte. No ahora. No así. No de este modo.

El amor es el motor de esta enorme puesta en escena. Temática y técnicamente nos atrevemos a decir. Amantes de todas las edades se pierden, buscan y encuentran. Ninguno aprendió nada con el paso del tiempo. El amor no mejora con la edad. Por eso en Las Multitudes, donde niños y ancianos se dan la mano mientras juegan a organizar una azarosa e ingenua estrategia de conquista, también se nos cuenta que el amor no es suficiente. Hace falta escuchar, entender, perdonar. Y empezar de nuevo. Elegir cada vez un nuevo comienzo. Todo eso, qué duda cabe, son algunas de las premisas que sustentan todo esfuerzo colectivo. Ellos ejemplifican tal hazaña.

Las Multitudes se teje como un cuento sinfin. Una noche de Las mil y una noches. Un relato antiguo y oral, donde la metáfora más sencilla apela a que nos interroguemos, sí, de nuevo, una vez más, sobre nuestra existencia y sobre aquello que le da valor. La vida es breve. Eso también nos lo recuerdan. Sin mencionarlo. Lo vemos en esos niños a los que los padres buscan preocupados, niños que pronto serán los adolescentes torpes a los que el amor deja sin palabra y un poco más tarde los hombres indecisos entre la novia y la amante que se convertirán en ancianos inagotables que tratan de explicar lo inexplicable a esas mujeres suyas, las de siempre.

Todos somos uno, nos recuerda Federico León, sin necesidad de mencionarlo. Desde la práctica. Ahí están: ciento veinte actores de todas las edades que no ofrecen soluciones pero nos obligan a recordar y a interrogarnos sobre aquello que creíamos resuelto u olvidado.

León consigue poblar el escenario de tradiciones, clásicos, cuentos, música e historias de vida. Genera una coralidad orgánica donde todo es posible, inclusive nuestra ausencia. Ellos son tantos que hasta saben ser su propio público. Nos dejan atrás. En silencio. Sabiendo que la platea, por costumbre, es mansa, no cantará con ellos, no les robará su aplauso, no se animará a bailar, a participar de la fiesta, (¿de la vida?). En un sencillo pero muy eficaz juego de espejos, nosotros somos ellos, todos ellos, reconociéndonos en todas las edades, recordándonos en unas e imaginándonos en otras. Sabiendo, dándonos cuenta ahí, con ellos, que hubo noches así, breves y extrañas, donde todo, de repente, tenía algún sentido.

Que toda esta profundidad se logre en una hora, a través de una troupe multitudinaria, con un texto sencillo y una puesta en escena apoyada en los mínimos recursos expresivos, es algo que debe mencionarse pero sólo para que ustedes mismos se den el lujo de experimentarlo en persona.    


Las Multitudes  

Dramaturgia y dirección: Federico León.

Actúan: Sacha Amaral, Sergio Andorno, Verónica Analia Armani, Raúl Tadeo Arrieta, Azul Badino, Francisco Balducci, Sebastian Balducci, Thais Balducci, Ulises Bercovich, Cristina Blanco, Elsa Bloise, Leticia Bosco, Mariano Boullon, Julie Boute, Sofía Brihet, Valentina Brodsky, Gustavo Bulacio, Carmen Bustos Peralta, Daniel Calderón, Juan Manuel Castiglione, Ricardo Coniglio, Carolina Cortella, Ricardo Dansa, Nicolás Devincente, Maria Del Carmen Diz, Silvia Djeska, Iara Ekman, Elsa Espinosa, Isaac Fain, Guido Fizz, Joaquín Foong Quintanilla, Clara Forte, Shantal Galiardou, Néstor Gallo, Lara Sol Gaudini, Chiara Gaudio, Oscar Mariano Grilli, Hernán Guebard, Leandro Juárez, Milagros Juárez, Lucia Juliá, Paula Kosoy, Alicia Labraga, Lucas Lagomarsino, Sebastián Lamota, Juan Ignacio Lanzutti, Julieta Lanzutti, Martín Leis, Aldana Leyria, Natali Lipski, Isabela Longuitano, Giuliana Lonquitano, Laila Maltz, Bruno Manzanares, Carolina Martin Ferro, Mariel Massera, Tomas Mesa Llauradó, Maria Elena Miceli, Ariadna Celeste Miérez, Dora Mils, Fernanda Montenegro, Giselle Mailina Motta, Nelly Carmen Muraca, Flavia Noguera, Sofia Palomino, Silvia Mabel Pereira, Julia Perette, David Perez, Marta Piatigorsky, Lucia Porcel, Leonardo Porte, Joaquín Pulpeiro, Antonella Querzoli, María Cecilia Rapacini, Sol Rodriguez, Carmen Roig, Patricia Russo, Diana Saimovichi, Mariana Sanguinetti, María Laura Santos, Josefina Scaro, Raúl Schurlein, Néstor Segade, Norma Sosa, Martín Tchira, Julian Tello, Emanuel Torres, Renata Toscano, María José Trucco, Bruno Ulisse, Diego Vegezzi, Dalmiro Villanueva, Mirta Zabala, Norberto Zambelli, Miguel Zandonadi, Gabriel Zayat, Julián Zucker, Tasio Zurita.

Vestuario: Gabriela A. Fernández.
Escenografía: Ariel Vaccaro.
Iluminación: Alejandro Le Roux.
Música: Diego Vainer.
Casting: María Laura Berch.

Asesoramiento coreográfico: Luciana Acuña.
Asistencia de vestuario: Estefanía Bonessa, Maria Celeste Lorenzo.
Asistencia general: Aldana Aranea, Jesica Monge, Pía Patruno, Rodrigo Pérez.

Asistente de producción: Malena Juanatey.
Asistencia de dirección: Claudia Schijman.
Producción: Judith Martin, Tatiana Saphir.
Producción general: Florencia Wasser.
Coordinación técnica: Julián Tello.
Coreografía: Luciana Acuña, Claudia Schijman.


Cento Cultural General San Martín
Sarmiento 1551.
De jueves a domingo, 21h.
Hasta el 16 de diciembre.

Leer también:

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-8075-2012-07-15.html
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/10-25892-2012-07-20.html
http://www.losinrocks.com/destacados/entrevista-a-federico-leon

imposible poema

escrito en los andenes. la precisión del hierro, el horizonte lejos y el incierto regreso marcado por las migas de algún cuento.

café de esta ciudad en una esquina. mirar por la ventana y saberse mentira. voz en off de algún cuadro sin museo.

la orilla de ese río al que no vamos nunca. ese río mentira que nos duele por dentro. los recuerdos.

algún mapa inventado. esa cosa de n. y tantos otros que adentro de un dibujo mueven mundos. fronteras y estrategias entre el ser o no ser. y otras cuestiones.

espera de aeropuerto. donde todo sos vos. los controles del miedo. los sellos junto a un nombre que no nos pertenece.

la distancia prudente practicada por dos desconfiados que aprenden a quererse sabiendo que el olvido les concierne. será pronto su casa, su bandera.

y enrarecer el día a cambio de.

m.trigo

La mujer puerca

"Si una piensa con lógica, no hay milagros", afirma rotunda pero paradójicamente la mujer. Porque ella desea que los haya, vive a la eterna espera de un milagro, de una señal, por mínima que sea, algo que logre mantener el fuego del amor desmedido que alimenta hace años. Una señal del amado que resignifique la oscuridad de su existencia.

Todo amor es difícil, pero si el objeto de tu amor es un dios, sin duda, tu vida será pronto un infierno. Así nos lo cuenta ella, el personaje encarnado con apasionado virtuosismo por una Valeria Lois en estado de gracia, si se nos permite abusar de la jerga espiritual. Un excelente trabajo que alimenta con precisión, ritmo, organicidad, pensamiento y emoción, los infinitos recovecos de un texto tan ágil como intenso.

Santiago Loza vuelve a conmovernos con un texto inteligente y poético al que, en esta ocasión, se le suma un humor afinadísimo que surge de la literalidad con la que el personaje asume desde niña el fantástico mundo de los conceptos religiosos: el espíritu santo en forma de paloma, la hagiografía como el desfile triunfal de los menos agraciados, el limbo como una transición necesaria o la inevitable separación de cuerpo y alma, son sólo algunas de las muchas ideas que pueblan el "ecosistema espiritual" en el que creció esta mujer. Ideas que se resignificaron con su experiencia vital y su empeño en practicarlas hasta las últimas consecuencias.

Quizá es fácil amar a un dios obviando su silencio, pero cuando éste se convierte en un gesto de amor no correspondido a lo largo de una vida, el sinsentido de la existencia se ve agravado por una insignificancia intolerable. ¿Cómo amar y ser amado por alguien que todo nos lo da y todo nos lo quita?

Este nuevo texto de Loza arranca sinceras carcajadas en la platea gracias al profundo entendimiento y a la generosidad con los que la actriz y el director, Lisandro Rodríguez, se aproximan a ese universo posible. De a poco, la ingenua fe de la infancia se va oscureciendo en el relato hasta convertirse en la duda espantosa que tantas veces corroe la soledad de una vida.

Como en todos los programas de mano de sus obras, ésta también cuenta con unas certeras frases de Santiago Loza resumiendo su propuesta. Quedan acá, como la mejor carta de presentación que podemos ofrecer para animarlos a verla.

"LA MUJER PUERCA es la historia de una huérfana. Como esos relatos de Dickens devorados en la niñez. Está dedicado a la tristeza de los huerfanitos en su periplo errante buscando un lugar de origen. Algún lugar que contenga. LA MUJER PUERCA es una especie de fenómeno, ridícula y tierna, posee melodrama y humor.

También algunos pensamientos sobre el amor.
El amor no correspondido por Dios hacia esta pequeña mujer herida.

LA MUJER PUERCA es la travesía de un cuerpo partido y repartido. La necesidad y la necedad de amar cuando alrededor hay silencio".



La mujer puerca

Texto: Santiago Loza.
Dirección: Lisandro Rodríguez.
Actúa: Valeria Lois.
Vestuario y escenografía: José Escobar, Lisandro Rodríguez.
Diseño de luces: Matías Sendón.

Fotografía: Nora Lezano.
Diseño gráfico: Lisandro Rodriguez.
Asistencia de dirección: Cammila Gomez Grandoli.
Prensa: María Sureda.
Producción: Elefante Club De Teatro, Natalia Fernández Acquier.
Colaboración artística: Mariano Villamarín.

Elefante Club de Teatro
Guardavieja 4257
Sábados 21 y 22.30h
reservas: www.alternativateatral.com

David González

Poemas de El amor ya no es contemporáneo, ed. Baile del sol, Tenerife, 2005.


"Existe un mundo en otro lugar". Robert Creely.




Metáfora

Cada persona es un mundo.

Esperemos que no sea este.

**
"Como si nada de esto hubiera sucedido realmente". Antonio Orihuela.


El resto del camino
a veces ocurre:
me quedo parado
en mitad del pasillo,
mirando fijamente
las baldosas del suelo,
sin reconocerlas,
ni reconocer en ellas

los
pasos
perdidos.

**  
Poemas de Algo que declarar. Poesía de no ficción. Bartleby ed, Madrid, 2007.



Estación terminal

lápiz y papel

una estufa encendida

casa de poeta

**


Poesía completa



Cuando tú te acuestas, nunca primero de las ocho,
con el frío en los ojos y el sueño en los huesos, rendida,
yo me levanto, y en vez de darte un beso, unos mimos
o un simple buenos días, una sonrisa aunque fuera,
o tener, por lo menos, una palabra amable para contigo,
en vez de eso, lo que hago es protestar, quejarme:
¡Joder, tía, cada vez llegas más tarde a casa!

o como mucho, si me despierto de buenas, preguntarte:

¿Qué tal anoche? ¿Hubo mucha gente? ¿Fue alguien conocido?

Luego te cierro la puerta, para que no te moleste el ruido
y después de la insulina y el desayuno integral
me encierro a solas con mi conciencia y empiezo a escribir.
Cuando te despiertas, nunca después de las dos, a veces antes,
yo sigo aún encerrado en mi estudio, escribiendo,
y después de comer, si antes de empezar no he puesto cara de asco
y dejado la comida en el plato después de despotricar contra ella:
¿Otra vez lo mismo? ¿Otra vez hay esta mierda, joder?

en tanto tú te pones a recoger la mesa, yo me pongo en pie
y con la taza de café en la mano, café que tú me has preparado,
sin agradecerte los alimentos ni decirte lo bien que sabía todo,
me dirijo a mi estudio para continuar escribiendo,
y así, mientras tú terminas de fregar los platos y de desentrastiar
un poco la cocina y después te acuestas a descansar un rato,
yo, encerrado en mi estudio, a solas con mi conciencia, escribo.

Cuando ya has descansado lo suficiente, llamas a mi puerta,
me sobresaltas, dejo el bolígrafo y levanto la vista del papel:
abres la puerta una rendija, un poco más, asomas la cabezuca:
¿Se puede?

¿Qué quieres?, te miro, sin levantarme de mi silla de madera.
Te he dejado hecha la merienda, me voy a hacer lo del bar,
¿quieres que te traiga algo de la calle? Qué necesitas, dime.

y mientras tú haces lo del bar, es decir, mientras tú limpias,
barres, pasas la fregona y repones botellas vacías,
yo continúo aquí, encerrado en mí mismo, escribiendo,
y cuando luego regresas, justo a tiempo para la cena,
lo primero que te pregunto según entras por la puerta es
¿Te acordaste de traerme eso? ¿Me compraste el papel y el tabaco?

y después vuelvo a mi mundo y continuo escribiendo,
todo el santo día escribiendo
todo el santo día escribiendo POESÍA
y luego, al a hora de la verdad, cuando lo hay que demostrar,
qué poca (o ninguna)
me queda para ti.

**

Obras en conexión: Un hueco y No soy un caballo.

por Macarena Trigo *

La charla con los creadores de estas dos obras el pasado 31 de octubre en Silencio de Negras, nos llevó a reflexionar sobre cuestiones mucho más amplias que su temática o las soluciones estéticas elegidas y queremos hoy detenernos sobre algunas de las preguntas barajadas esa noche.

La crítica y la teoría tienden a observar al objeto de estudio como algo terminado. Un libro, un cuadro, una película o una obra de teatro se convierten en una criatura estática que puede diseccionarse y reinventarse por completo en función de los objetivos finales del pretendido análisis. Asumimos nuestra parte de culpa porque nos reconocemos en esa fascinación que genera una pieza de arte descubierta a la que queremos otorgarle tantos significados y valores como nos sea posible. Pero no por nada quien esto escribe decidió hace años tratar de ejercer algún desempeño artístico para poder refutar con cierto criterio algunos conceptos que nunca nos convencen del todo. Por eso hoy, a la luz de la larga conversación mantenida con Juan Pablo Gómez, Patricio Aramburu, Alejandro Hener, Eduardo Pérez Winter, Walter Jakob, Diego Cremonesi, y Franciso Egido elegimos comenzar haciendo memoria sobre las coincidencias vitales que se mencionaron a la hora de poner en relación sus obras.

* Queríamos hacerla mucho tiempo.

Esa fue una de las primeras certezas mencionadas. Algo que actores y directores de ambos proyectos reconocían haber perseguido como un primer ideal: la necesidad de hacer tantas funciones de una obra como sea posible para poder entender su verdadera naturaleza.

Todos sabemos que una obra de teatro no está terminada el día de su estreno. Recién ahí estará poniendo a prueba su razón de ser, su interés, su valía. Y sólo en presencia de distintos públicos la obra irá creciendo. Las actuaciones responderán cada vez más a la verdad depositada en el texto. La emoción llegará sin forzarla. El pensamiento no desaparecerá. Se irán puliendo las distracciones, los gestos innecesarios. Los personajes estarán cada vez más presentes. Serán. ¿Se consigue eso en las ocho funciones a las que tantas veces se limita la vida de una obra en nuestro hiperactivo y superpoblado circuito off?

Un hueco recién terminó su cuarta y última temporada. Última por decisión propia, última porque se elije cerrar un ciclo para dar cabida a una nueva creación en la que ya laburan. No soy un caballo, concluirá este mes su tercera temporada.

Las dos obras han sabido subsistir en los márgenes del teatro off. Un hueco, nunca conoció sala de teatro. Se estrenó y se mantiene en uno de los vestuarios del club Estrella Maldonado. Encontraron en ese espacio una esencialidad que no sólo beneficiaría artísticamente a la obra potenciando su dramaturgia, si no que serviría de a poco para identificarlos dentro del maremágnum de obras que pueblan la ciudad. Ellos son “esos del vestuario del club”. Sí. La alta calidad de la propuesta trajo los merecidos reconocimientos de la crítica, los premios pertinentes y los festivales. Y después la obra se instaló en el mejor sistema de prensa: el boca en boca. Sin embargo, todavía son muchos los que nunca oyeron hablar de esta original propuesta. Muchos, los que llegan a verla sin la menor referencia, sorprendidos de que las instalaciones sean tan incómodas y el contexto tan ajeno a lo que el hábito de “ver teatro” implica.

No soy un caballo se da en Silencio de Negras. Una de esas salas que pelea por subsistir al margen del circuito teatral más transitado. Ubicada para muchos en tierra de nadie (Luis Sáenz Peña 663), es una de tantas casas antiguas convertidas en espacio escénico. Casas a las que la ficción despeja de mobiliario para llenarlas de historias. Nunca tuvieron prensa, más allá de las notas en blogs y reseñas en revistas teatrales. Es difícil convocar público aunque la sala pequeña. Una realidad conocida por todos, sí. Lo que cambia es el modo de enfrentarse a ella, la importancia que se le da, el deseo de continuar. Ellos decidieron seguir y mantenerse aunque el público no les acompañara siempre. Tuvieron la suerte de que la sala les apoye incondicionalmente. Su director, Eduardo Pérez Winter, es uno de los responsables de la misma.

Sin duda, uno de los principales motivos por los que muchos se animan a abrir un espacio teatral propio tiene que ver con ese deseo de poder mostrar por tiempo indefinido y sin presiones un trabajo que costó mucho sacar adelante. La dificultad, una vez conseguido ese espacio propio, pasa por no sacrificar la propia creatividad en aras de pagar el alquiler. Programar sólo a otros, dejar de producir o querer producir obras que resulten más “atractivas” aunque se alejen de nuestras inquietudes más genuinas. ¿Cómo hacer para que el esfuerzo de mantener un espacio artístico no termine por extenuar nuestra creatividad? ¿Y cómo lograr que lleguen a esos espacios gente que nada tenga que ver con el ámbito teatral?

Lo que nos lleva a otras preguntas polémicas de esa noche.

* ¿Hacemos teatro sólo para actores?

¿Para los amigos de mis amigos? ¿Nos preocupa llegar a otro tipo de público, a ese ideal no premeditado, al perfecto desconocido que no tendrá piedad y sabrá dormirse pese a la incomodidad de la silla o abandonar la sala si se aburre? ¿Acaso no nos aburrimos nosotros mismos, mortalmente, con muchas de las obras que vemos? ¿Acaso no dejamos de agradecer al azar, a las recomendaciones o al gusto cultivado cada pequeño gran hallazgo que nos resignifica el dedicarnos a esto y recordar que sí, que después de todo, tenía un sentido y era un sentido profundo y verdadero? ¿Por qué pasa tan poco ese milagro? ¿Somos los “teatristas” el público más jodido? ¿Y por qué tantos otros alardean de no ver nada, de no ir al teatro hace años? ¿Y cómo sobreviven?

Por supuesto que no encontramos respuestas unívocas ni grandes soluciones. A veces, las conversaciones sobre lo que se ama sirven para recordarnos que el objeto de nuestra pasión es y será siempre un misterio. Y también que no estamos solos, es posible encontrarse y seguir aprendiendo si de verdad hay ganas de comunicarse y de ser generoso. ¿No brilla más ese actor arriesgado que logra atravesarnos con un texto, que cualquier virtuoso empeñado en conquistarnos con la excelencia de su técnica? ¿Los verdaderos maestros no tienen la puerta siempre abierta y muy poco que decir?

* ¿Qué sería la dramaturgia del actor?

Es tema para un largo ciclo de conferencias. No habría dos personas que lo definan del mismo modo y todos terminaríamos mencionando determinados ítems con los que tropezamos muy seguido: el actor creador, la participación en la escritura del texto, la propuesta personal para construir un mundo posible, la suma de todas las herramientas con las que…

En Un hueco y en No soy un caballo, los actores formaron parte del proceso de escritura. Las improvisaciones que durante meses sirvieron para ir armando a esos personajes y sus intrincados vínculos de amistad, fueron de a poco convirtiéndose en esa base que terminaría por ser el texto de la obra. Y ojo, sí, que nadie confunda o limite la dramaturgia con el texto. Es una parte, pero no sólo.

¿Cuánta conciencia hay de esos porcentajes creativos? ¿Y cuánta confianza hay que depositar finalmente en el director elegido para darle forma a nuestros hallazgos?

Las dos obras comparten un germen de interés destacable: el deseo de laburar entre ellos. Conociendo la fugacidad con la que tantos proyectos se arman y desarman animados por una leve idea que nadie concretiza o el modo en el que las cooperativas se desintegran, no es una cuestión menor esa capacidad de elección y compromiso. Parecieran ser cosas muy obvias, sin embargo, éste es un rubro donde nada debe darse por sentado y elegir con quién laburar, sabiendo de antemano el esfuerzo de toda índole que implicará el asunto, no es para nada un tema menor a la hora de preguntarse sobre la permanencia de una obra en cartel.

* La caja de herramientas.

Fue una de las metáforas más socorridas de la noche para explicarnos la importancia que tienen determinados hallazgos que uno empieza considerando azarosos o muy particulares y que después, a la larga, terminan conformando una suerte de tópicos constructivos tan sólidos como universales que nos permiten establecer relaciones y complicidades que exceden nuestras primeras intuiciones al respecto.

Así, por ejemplo, estas dos obras abordan la amistad masculina en tríos de personajes que parecen conocerse desde siempre. Aprendieron a convivir y a burlarse de sus imposibilidades y defectos. Todos rondan la treintena y no terminan de encajar en una madurez que parece haberles alcanzado por sorpresa y comparten la sensación de pérdida y cierta desesperanza en las circunstancias que los reúnen.

Dentro de todo triángulo, es inevitable que se active el juego de "el tercero en discordia". Ese rol donde el punto de vista sobre el otro (que recién salió de la pieza o que expone argumentos con los que pareciera resolverles la existencia) siempre está mutando, resulta clave para entender que nada es trivial en esos vínculos.

El paréntesis circunstancial en el que se encuentran permite que el paso del tiempo habilite ciertas licencias que les llevarán al enfrentamiento, la borrachera y esa instancia en la que terminan por decirse en voz alta verdades muy incómodas.

Así, en No soy un caballo, Esteban se hipersensibiliza a lo largo del fin de semana y sus amigos terminan por ser el blanco de su confusión.

ESTEBAN: No puede ser, siempre tenés algo más que decir. Conseguite algo que hacer, viejo, pero no me jodas más. Se te mete algo en la cabeza y no podés parar. Por favor. Estás todo el tiempo maquinando. Todo el tiempo metiendo fichas. No tenés filtro, no tenés filtro.

Hugo, Maxi y Lucas, los personajes de Un hueco, ya están de por sí es una situación que propicia el desequilibrio y la sensibilidad exacerbada: el velorio de un amigo común. Se irán turnando ese rol del tercero en discordia pero Hugo, el amigo que viene desde capital al entierro, será quien lo represente con más intensidad. Hugo se fue, "maduró lejos del árbol", se burla Maxi, pero creció ahí con ellos. Conoce a la perfección la vida repetitiva y sin expectativas que tienen sus amigos pero la distancia aliviana esa realidad y se permite aconsejarles para que tengan "nuevos circuitos", "otro tipo de movida". A lo que Lucas replica contundentemente:
LUCAS: ¿Qué circuitos? ¿Qué circuitos? Cortála con las boludeces Hugo. Acá, ya sabés como es: agarrás el auto, salís por Roca, morfás algo en Aladín, hacés puerta en Go-out. Volvés por Aladín, agarrás José Foresto, la rotonda del puente, el puente y terminamos todos en el río. Después volvemos: por Roca o por Alsina. Esto es una hamstera: das vueltas, das vueltas y lo único que hacés es cansarte las patas. Y gastar nafta. Una inmensa rueda gigante de fabricar boludos. Boludos que se pasan toda la semana, toda la vida, boludeando.

* El regreso imposible

Dentro de esa caja de herramientas, como subtema intenso con el que se empatiza fácilmente, podemos mencionar el hecho de que en ambas obras está presente el conflicto interno que supone el regresar al lugar donde se creció.

En No soy un caballo, Esteban regresa a la quinta de sus veranos de infancia, un espacio muy atado a la figura de Gregorio, ese abuelo al que se nos presenta como un personaje extraordinario. Alguien que para las gentes del pueblo era "el desquiciao".

Todo pueblo que se precie tiene un loco, sí, pero acá la figura de Gregorio se tiñe de algo épico, de una rudeza extraña y algo atávica. Un hombre en comunión con la naturaleza que se entendía mejor con los caballos que con las personas. Ninguna de las anécdotas que se nos cuentan sobre su relación con los caballos es trivial: montaba desnudo y sin silla, no dudaba en guarecer a su caballo en la casa cuando llovía, llegó incluso a bautizarlo, por las dudas, y murió abrazado a él. Toda una leyenda difícil de asumir para Esteban, el nieto. Confundido entre el orgullo, sus propios recuerdos y la extrañeza sembrada por años de silencio cuando la familia dejó de ir allá y perdieron el contacto con ese abuelo raro y con todo lo que le rodeaba.

En Un Hueco, como ya señalamos, es Hugo quien regresa y se enfrenta al hecho de que ahí será siempre “Huguito”. Sus actitudes críticas son vistas como "fobias de porteño" y la sutil idealización que permite la distancia, concibiendo el pueblo como un lugar "más tranquilo", donde "los pibes saben lo que es treparse a un árbol por lo menos", es brutalmente desclasificada por sus amigos.
LUCAS: Cortála con las boludeces, Hugo. Acá los nenes apenas aprenden a caminar ya se sientan en la vereda como los viejos. Te juro que en el remoto caso que tenga un hijo, lo voy a obligar a jugar a la PlayStation todo el día con tal de que no salga a la vereda.

Lucas y Maxi mantienen un lúcido y doloroso entendimiento de lo que son sus vidas en ese pueblo. Una existencia rutinaria donde ni siquiera la conversación se renueva. En este sentido, sin duda, la descripción del juego red con el que se entretienen por las tardes es uno de los momentos más agudos y crueles de la obra. Lucas explica cómo el juego consiste en darle vida y ocupación a un hombrecito que puede terminar sin salir de su casa, jugando al mismo videojuego donde un hombrecito, a su vez, juega a lo mismo, abriendo así un círculo infernal de realidades virtuales y anodinas. Con esta metáfora ágil, el infierno de ese pueblo provinciano trasciende a un universal con el que resulta imposible no identificarse.

* Pueblo chico

Las dos obras comparten un poderoso y universal imaginario común: el de la provincia anónima cuyas características vienen a resumirse en el refrán "pueblo chico, infierno grande".

"Cuarenta mil habitantes y una sola oreja", apunta Maxi en Un hueco. Eso es algo que Esteban, en No soy un caballo, también conoce y que no logra hacerle entender a Matías cuando éste entabla conversación con los hombres de la zona. Allí todos están al tanto de todo, nadie da puntada sin hilo, quieren saber cosas sobre su familia, sobre la venta de la propiedad, y Esteban choca con la inconsciencia de Matías sobre esos manejos que carecen de sentido para alguien ajeno a ese mundo, pero que se nutren de años y años de pequeños rencores y disputas.

Otro detalle compartido es la importancia dada a las apariencias. Antes de entrar a la pulpería Esteban les recuerda que se pongan las boinas que les compró para la ocasión, detalle que los amigos olvidaron y que hace que él los rete: "Acá se entra prolijo y con boina. ¿Tanto cuesta respetar las costumbres de otro lugar?"

En Un hueco, la importancia dada al lugar del velorio, el club deportivo donde Matías trabajaba, y a los presentes ese día, también señala con mucha lucidez esa cuestión de lo aparente que termina por ser patético según el punto de vista de quién observe la situación.

HUGO: Es una cuestión de respeto. En un momento así, ponés lo que haya que poner y hacés algo digno. Algo que todo el mundo recuerde.
MAXI: ¿Digno? ¿Digno? ¿Qué es digno?
HUGO: Digno. Dignidad. ¿No sabés lo qué es?
MAXI; Sí, sí. No se puede hacer algo digno con estos viejos de mierda que te llenan lo que sea: entierro o bautismo, ellos vienen. Ni saben a qué vienen.
HUGO: ¿Está mal? Es una cuestión de dignidad.
MAXI: Basta con eso. Ya está acá y por lo menos lo velan en el lugar que él trabajaba.
HUGO: ¿A vos te gustaría que te velaran en un salón lleno de trofeos de vóley, de handball, de equipos que no conoce nadie?

El personaje de Robustiano en No soy un caballo afirma categóricamente: "Acá la gente es rencorosa". No necesita más explicaciones. Del mismo modo en que tampoco hace falta que añada nada cuando apunta: "El cariño es complicado en el campo. Hay mucho viento". Son frases que permiten intuir una lógica de pensamiento asentada en la experiencia de vida. Robustiano no duda en afirmar que “en la capital hay mucha gente. Son de pelear seguido, seguro".

Ese enfrentamiento entre la capital y la provincia se define con humor y contundencia en Un hueco. Hugo resume así algunas de las diferencias vitales y tópicas de la gran ciudad.

HUGO: ¿Cuántas veces les dije que se vinieran? Allá las minas se arreglan, se maquillan, no son los bagres retorcidos éstos de acá. Allá tenés cosas. Cines, joda. Vos estuviste. Salís a la noche por Av.Santa Fe ¿te acordás? y está lleno de gente en los bares, mirando vidrieras. Entrás a agarrar tarjetitas de cosas para hacer y no te alcanzan los bolsillos. Yo no salgo mucho pero la movida está.
Un poco antes comentaba que "a todo el mundo le gusta Buenos Aires". Sin embargo, la experiencia personal de Lucas en la capital fue un desastre. Frente a esos potenciales entretenimientos que Hugo señala como gran ventaja, su recuerdo de apunta al anonimato padecido en toda gran ciudad: la sensación de sentirse perdido y la dificultad para conocer gente.

LUCAS: (...) no conocí a nadie. Ni una persona. Ni una mina ni nada. Vos laburabas odo el día y yo andaba como bola sin manija de la mañana a la noche. Quería hacer el UBA XXI y me decías “Andá a la facultad”. No sabía ni qué bondi me tenía que tomar. (...) Andaba por la calle preguntándole a la gente dónde quedaba la Avenida Rivadavia. ¿Sabés la cara que me ponían? ¿Sabés cómo se sentía? Un pajuerano. Después me vengo a enterar que la Rivadavia de allá es como la Roca de acá.
Otro subtema interesante en común es la presencia de la muerte como detonante no sólo de obligados reencuentros, sino también de enfrentamientos con la burocracia que acarrea y cómo la presencia de una escritura revuelve a cualquier familia.

En Un hueco, es la hermana del difunto con la que evitan encontrarse porque anda averiguando qué saben ellos sobre la escritura de cierto departamento. En No soy un caballo, Esteban se encuentra liquidando lo poco que queda de esa propiedad para saldar deudas. Nadie en la familia quiso hacerse cargo.

* ¿Las diferencias? Estéticas.

Hasta acá vemos las muchas conexiones vitales, de fondo y tema que comparten pero no podemos evitar ahora detenernos en algunas cuestiones estéticas que hacen que los caminos elegidos para sus puestas sean tan diferentes como interesantes y acertados.

Un hueco, como ya mencionamos, se desarrolla en el vestuario de un club deportivo, el Estrella de Maldonado. Las funciones comparten ese contexto en el que ellos, después de cuatro temporadas, terminaron por ser una pieza más del quehacer cotidiano de los domingos. No obstante, cada vez que su reducido público llega al club, reaparece el extrañamiento y la experiencia teatral que se nos ofrece obliga a que agudicemos los sentidos y nos comprometamos físicamente con lo que ahí pasa.

En Un hueco se participa desde el momento en el que se adquiere el compromiso de asistir. Como público estamos apostando por la diferencia, buscando ser parte de algo poco frecuente: presenciar cómo el arte ficcionaliza la realidad más inmediata. Ese vestuario es el mejor de los espacios escénicos posibles para la obra. Favorece y potencia todo lo que les ocurre a los personajes sin distraer. Nos los presenta en un primerísimo primer plano que nos hace testigos más que espectadores de esa intimidad dolorosa y confusa en la que se encuentran. Sin embargo, ese vestuario, no está ahí. La obra comienza y los actores nos llevan a ese “pueblo choto” de provincia construyendo para nosotros dos nuevas realidades: por un lado, una realidad inmediata, ese salón del que huyen, donde se vela al amigo, donde rondan personajes a los que sólo conoceremos desde su punto de vista, y desde el que nos llega entrecortada la música que lo disfraza, como queriendo distraer la evidencia de la muerte. Por otro lado, lo que conoceremos en profundidad a lo largo de la obra será ese pueblo. Sus pocas calles, su rutina, su nada cotidiana. Un pueblo único pero tan parecido a otros que se universaliza con cada pequeña anécdota que cuentan.

La proximidad física del público supone un desafío para los actores. El espacio es tan poderoso e íntimo que el peligro está en que se “vean los hilos” o se fuerce la emoción. Nada de eso sucede. El trabajo de dirección de actores y las propuestas de los mismos para construir sus personajes resuelven con una solidez impecable una actuación que, reforzada por la sencillez y la contundencia de los pocos elementos que constituyen la puesta, bien podemos describir como hiperrealista o cinematográfica.

En No soy un caballo, el espacio se aborda confiando en la potente imaginación del público que deberá aceptar la flexibilidad de la propuesta y construir junto a los actores. Desde la primera escena la mirada al horizonte lejano de los actores nos advierte que habrá que desempolvar la imaginación y construir con ellos ese mundo posible al alcance de la mano. La sala elegida en Silencio de Negras es alargada, el público ocupa uno de sus frentes y los actores se adueñan de las dos puertas de acceso estableciendo un código estético y funcional que sostendrán durante toda la obra. Las puertas se abren y cierran incansablemente llevándonos a los distintos ambientes de esa casona enorme. Y no sólo eso, también sabrán convertirse en la entrada de una pulpería y un establo en una suerte de continuidad que mantienen gracias a sólidas actuaciones que, al igual que en Un hueco, aprovechan la proximidad del público para lograr que el pensamiento de los personajes, sus torpezas y dudas, sean algo digno de contemplar.

A ese hallazgo tan sencillo como potente del uso de las puertas como constructor de múltiples espacios escénicos, se suma algún elemento cuya presencia parcial sirve para activar una potente metonimia que se tiñe de ensoñación y simbolismo, así, por ejemplo: la llegada de Matías a la pulpería en la noche o el galope final de Esteban a caballo.

Si bien es cierto que el código de actuación es realista, capítulo aparte merece la construcción del personaje de Robustiano, el viejo custodio de la finca que aún se encarga de los caballos. Su aparición en el establo en medio de la noche sorprende no sólo a los personajes, también al público, que recordará en ese instante las posibilidades infinitas del juego teatral. Francisco Egido, el mismo actor que da vida al personaje de Fernando, encarna a ese peculiar lugareño que nos permitirá intuir un poco más del microcosmos del pueblo. La dirección, confiando en un público ideal que a esa altura del relato ya es partícipe del mismo, elige que un mismo actor interprete un segundo personaje y que lo haga subrayando al máximo la teatralidad de esa construcción: arrodillado, la cara semioculta y la voz un tanto dislocada, servirán para generar un extrañamiento inicial que tampoco tarda en disiparse, porque, como el resto de la propuesta, nos ofrece un regalo: sorprendernos del buen manejo de la teatralidad cuando está en función de la forma elegida.

De forma muy simplista, podemos afirmar que frente al hiperrealismo de Un hueco, tenemos la hipertetralidad bien entendida de No soy un caballo. Dos soluciones muy distintas qeue nos acercan a universos ficcionales que se dan la mano.

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Queremos aprovechar para agradecer la generosa colaboración de todos los implicados en estos primeros encuentros bautizados como "Obras en conexión". Su disponibilidad, generosidad y buen humor nos permiten seguir pensando que nuestro deseo de aprender de los mejores está bien encaminado.

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* Actriz y directora de teatro. Licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, Historia del Arte y Comunicación Audiovisual. Obras en cartel: La omisión de la familia Coleman (actriz y asistente de dirección), Pie para el beso (texto y directora).

NO SOY UN CABALLO sigue realizando funciones los miércoles a las 21hs.

reservas: 4381 1445.

Correspondencias fílmicas. Todas las cartas



Acá un fragmento de esta interesante propuesta. Esta semana todo el ciclo se está proyectando en la Sala Leopoldo Lugones del San Martín. Mucho para reflexionar.

Obras en conexión: No soy un caballo y Un hueco.

Mañana, tras la función de las 21h de No soy un caballo, de Eduardo Pérez Winter, en Silencio de Negras (Luis Sáenz Peña 663) estaremos ahí charlando con el director y los actores. Se unirán algunos miembros de la compañía Un hueco, obra dirigida por Juan Pablo Gómez que recién terminó su cuarta temporada.




Preguntas sobre sus procesos creativos, sobre la escritura en colaboración con los actores, sobre la importancia del espacio en sus propuestas y cualquier otra cosa que se nos ocurra. Dos obras excelentes con mucho en común e importantes diferencias estéticas.


Los esperamos.

Jakob y Mendilaharzu por partida doble

Los talentos viajaron a España recientemente. Estuvieron en el Festival Temporada Alta de Girona. Como era de esperar, funciones exitosas y aplaudidas.

"Agustín Mendilaharzu y Walter Jakob, los autores de este magnífico texto, plantean el talento no como una virtud, sino como un auténtico inconveniente a la hora de relacionarse con el mundo. La figura del intelectual, pues, en tela de juicio. Y con qué gracia".

Ver más: http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/10/07/catalunya/1349621511_016487.html

Y la buena noticia es que YA están de vuelta. Siguen en el Kafka. Sábados a las 23 y miércoles a las 20.30.

La otra joya espiritual de esta dupla genial, La edad de oro, también retoma funciones, ahora con el propio Jakob entre los actores. Viernes 23.30 en El Extranjero. Valentín Gómez 3378.

En torno a esta obra, como prueba de que el universo ficcional también se expande a un ritmo vertiginoso y rozando a menudo lo inverosímil, les recomendamos que se asomen a esta crónica de un sueño cumplido, donde descubrirán cómo J. y M. se encuentran en Bilbao (!) con su admirado Peter Hammill, inspiración, fondo y melodía de La edad de oro.



Leer para creer: http://micropsia.otroscines.com/2012/10/cronica-de-un-sueno-cumplido/

Una muy buena nueva ahora que tantas obras terminan temporada.

Imperdibles.

Teatro en espacios no convencionales

¿Qué es un espacio no teatral? ¿Cómo se ficcionaliza un espacio no convencional? ¿Nuestra presencia lo transforma y se convierte en otra cosa? ¿En qué? ¿Cómo interviene el espacio en el relato? ¿Y en el trabajo de los actores? ¿Y en el público? ¿Por qué llevar el teatro afuera de las salas? ¿Y cuándo la sala, de por sí, está muy lejos de ser convencional?

Acá un clip con interesantes reflexiones al respecto sobre trabajos de Mariano Pensotti, Gerardo Naumann, Matías Feldman y Juan Pablo Gómez (Un Hueco).

http://vimeo.com/11711312

Nos detenemos a reflexionar una vez más sobre estas cuestiones mientras nos preparamos para encontrarnos el miércoles 31 de octubre con los creadores de Un hueco y No soy un caballo.

Charlaremos con ellos tras la función de ese día de  No soy un caballo a las 21hs. En Silencio de Negras. (Luis Sáenz Peña 663).

ATENCIÓN: el domingo 28 , Un hueco termina su cuarta temporada. Dos últimas funciones: 18. 30 y 20hs. Reservas: 15-5708-5927 y compra en www.alternativateatral.com

El milagro Bululú

Hoy estuvimos entre los afortunados que asistieron al regreso del Bululú de Osqui Guzmán en Timbre 4. Los sucesivos aplausos que arrebataron a la platea en un claro e imparable in crescendo, concluyeron con una ovación en pie, de esas en las que como público, sentís que nada es suficiente para agradecer tamaña experiencia. Y es que el aplauso, cuando abandona su parsimonia domesticada, sabe convertirse en un gesto de admiración, de gratitud y, por qué no, de amor.

Y está bien que así sea. El Bululú es una suma de muchas tradiciones, vidas y talentos, pero no creemos estar desencaminados si vemos en la suma de todos ellos una historia de amor. Amor infernal y apasionado por la historia del teatro, por la palabra, por la tradición y la cultura teatral, por los orígenes reivincados con la sencillez del que se sabe parte de un azar infinito donde se es pieza chica de un juego tan antiguo como el tiempo.

El Bululú, como señala Guzmán en el programa, "no piensa cederle a la eternidad ni una sola parcela del teatro que le pertenece y será un clásico, sólo con la la intención de ser vigente. (...) El Bululú dice que los recuerdos son trapos viejos y que sólo una buena confección los vuelve memoria".

Y sí, señor, el Bululú cumple todo lo que dice. Nos lleva de la mano dejando que intuyamos y fantaseemos con algunos misterios de la cultura boliviana, pero no entiende de mapas, porque el Bululú está hecho para el eterno viaje. La tradición dice que vaga desde el s.XVI por los caminos, que posee cada tanto a un hombrecito y lo convierte en casi cualquier cosa que él desee. Y así, de siglo en siglo, José María Vilches, el actor español de voz de quien Guzmán conoció la tradición del Bululú, supo llegar a Argentina y encontrar al mejor de sus descendientes de estirpe para que continuara su legado: Osqui Guzmán.

El Bululú es Guzmán. Y todos los que vieron y verán en algún momento este unipersonal no dudarán en afirmarlo. Este exquisito laburo rescata tradiciones diferentes y versos clásicos pero sólo para revitalizarlos en el cuerpo, la voz, el increíble talento y la historia de vida, de Guzmán, que no dudó (o sí, "pero qué importa") en apropiarse de aquel espectáculo de Vilches, no para reproducirlo, si no para adaptarlo, cosiendo y descosiendo cada pequeño retazo, hasta lograr ese hilado de naturaleza alucinante que empieza y termina en él, en su humor, su pasado, su generosidad para pensarnos como público inteligente, sensible y atento. Guzmán quiere y sabe hacernos reír con un virtuosismo al que nunca haríamos justicia con nuestros pobres comentarios. Pero no sólo a la risa nos llama. Nos conmueve con la excelencia del que apuesta por lo más sencillo y humano: la potencia del relato cuando nos pertenece. Lo genuino del que se sabe con una historia que contar y conoce la mejor de las formas para hacerlo.

El Bululú es un milagro. Una gran lección de dramaturgia, dirección y actuación que hace que cualquiera que ame esta profesión sienta el profundo deseo de mejorar, de seguir, de comenzar de nuevo. Una experiencia inolvidable.

Gracias, Osqui.

Sólo quedan seis funciones. Vayamos a todas.

El Bululú

Autoría: José María Vilches.
Versión de: Leticia González de Lelllis y Osqui Guzmán.

Actúa: Osqui Guzmán.

Escenografía, diseño de luces y vestuario: Graciela Galán.
Diseño de vestuario: Gabriela A. Fernández.
Música: Javier López Del Carril.
Entrenamiento musical: Javier López Del Carril.
Asistencia de dirección: Leticia Gonzalez De Lellis.
Coreografía: Pablo Rotemberg.
Dirección: Mauricio Dayub.

www.facebook.com/elbululudeosquiguzman

TIMBRE 4

México 3554
JUEVES 21h

Obras en conexión: Viejo, solo y puto y Pudor en animales de invierno.

por Macarena Trigo*



Obras que te emocionan porque cuentan algo que quizá sabías pero nunca acertaste a poner en palabras, obras que te recuerdan algo que creías olvidado, que te dejan pensando y, quizá, porqué no, te dan ganas de actuar, de escribir, de contar algo más, algo tuyo, obras que te salvan de un mal día y te obligan a reconocer que pase lo que pase, sigue mereciendo la pena el infierno elegido como propio. Obras que asumen riesgos en sus decisiones y nos educan como público porque no sólo nos domestican en el entretenimiento, sino que nos desafían, nos exigen una participación activa en la construcción del relato o los personajes.

Obras así no abundan. Lo sabemos. Por eso, acá, donde tratamos de sistematizar primeras impresiones y tomar nota de esos comentarios que tantas veces se pierden en acaloradas conversaciones tras función, nos damos el lujo de recordar y señalar algunos de los aspectos más significativos de determinadas obras con las que aprendimos algo.

Pudor en animales de invierno, de Santiago Loza, con dirección de Lisandro Rodríguez y Viejo, solo y puto, de Sergio Boris, no pueden ser más diferentes entre sí, sin embargo, encontramos entre ellas una serie de relaciones temáticas y un interés que no pasa desapercibido sobre sus inquietudes hacia la platea: qué quieren que veamos, cómo y desde dónde. Tanto argumental como física, espacialmente.

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Cuestiones de fondo

Podemos empezar mencionando el hecho de que las dos obras eligen la noche en la ciudad como cronotopo para sus historias y personajes. Son sólo dos muestras del macrocosmos de relatos que alberga toda noche en una gran urbe.

La noche se abre como un raro paréntesis donde el tiempo se dilata y enrarece. Es el momento donde la soledad no puede disfrazarse y los personajes se aferran a ella defendiéndose de un mundo del que aún no se sienten parte (el hijo de Pudor…), o tratan de ignorarla en su búsqueda desesperada de algún otro que los entienda en todas sus miserias y los acompañe. Así, los protagonistas de Viejo, solo y puto, que no pueden estar más solos en esa atrincherada trastienda de farmacia donde se encuentran.

En ambas obras la nocturnidad es importante porque ofrece a los personajes un tiempo donde parece que todo fuera posible y, por otro lado, tiñe de irrealidad mucho de lo que sucede.

Sin embargo, en el uso del tiempo se da una gran diferencia ya que, lo que en Viejo, solo y puto es el desarrollo de la acción en tiempo real – compartimos con ellos una hora de intensa convivencia que se intuye como algo repetido, algo que ya pasó otras veces, con sutiles modificaciones de melodía pero una letra parecida – , en el universo de Pudor en animales de invierno, será una compleja construcción dramatúrgica que avanza y retrocede en el relato, y que nos desvelará de a poco un mecanismo donde se recrea un recuerdo. El desafío en Pudor… pasa por llevar al escenario una exploración de la melancolía, algo que late ya en la poesía de un texto que, cada tanto, se aleja del decir más cotidiano, generando un extrañamiento que la puesta y la dirección supieron reconducir hacia cierta cadencia onírica que sostenía el irrealismo de su propuesta hasta sus últimas consecuencias.

Un interés común que desarrollan es la elección de laburar en los entresijos de una incómoda y profunda intimidad, si bien sus ámbitos son muy diferentes.

En Pudor…, es la intimidad trunca entre padre e hijo. Ese vínculo que debiera ser salvador se enrarece con el tiempo y la distancia. El hijo crece y ambos son extraños.

PADRE: Me dije, estoy en la casa de mi hijo, en la ciudad, en la noche, y fue como si algo adentro volviera a estar cerca.
HIJO: ¿Cerca de dónde?
PADRE: No sé de dónde pero cerca.

El padre visita al hijo y ninguno está cómodo en esa convivencia donde las reglas cotidianas se cuestionan. Quizá porque entre ellos falta el nexo de unión: la madre. Una madre de la que se habla con cariño y distancia. Una madre que es la suma de rarezas asimiladas hace tiempo. Pequeñas manías convertidas en costumbres que ordenan un mundo. Sin la madre presente, en la casa del hijo, el padre quiere tomarse pequeñas libertades para las que pide permiso: no lavarse los dientes, no ducharse, no usar pijama.

El padre pidiendo permiso al hijo para "portarse mal". El hijo, incómodo ante ese rol invertido. Incómodo en su papel de anfitrión. Excusándose porque no hay vasos, no hay alcohol. La visita de un otro saca a la luz pequeños inconvenientes cotidianos: las cañerías hacen ruido, la ducha es mejor no usarla de noche, los vecinos se quejan por el volumen de la tele... En la ciudad se vive solo, sí, pero no se está solo. Siempre estamos rozando ese límite frágil donde podemos molestar a alguien.

El miedo a los otros, las limitaciones a las que nos acomodamos para sobrevivir, todo lo que aprendemos a obviar en una casa de alquiler que apenas nos contiene, que nunca será un hogar.

Esos pequeños detalles son universales y generan una rápida empatía con los personajes en ese plano donde la obra coquetea con el realismo.

En Viejo... la intimidad es otra. Es física. Violenta. Impúdica. El pudor está en el ojo del espectador. Los personajes son pura herida abierta, exhiben su dolor y sus miserias. No es casual que el momento elegido para arrancar la acción sea el de una cura. Uno de los personajes, Yulia, recibió una paliza, hay que atenderlo y maquillarlo, “recomponerlo” literalmente. El espacio en el que se nos presentan es la trastienda de una farmacia. Estantes llenos de fármacos para el alivio del dolor más inmediato, sí, pero también para ayudarlos a huir de ellos mismos, a evadirse, a convertirse en otros.

Yulia y Sandra son travestis. Para ellos el uso de hormonas que los acerquen a lo que desean ser es una práctica cotidiana. Intuimos que esa necesidad los unió hace tiempo a los otros personajes tan aparentemente distintos. Apariencia nomás. Esos tipos tan "normales", que proyectan una masculinidad obvia y un tanto tosca, se irán revelando como seres tan solitarios, atemorizados y llenos de conflictos como ellos.

Los dueños de la farmacia, Daniel y Evaristo, son hermanos. Ese vínculo otorga ciertas licencias que serían impensables en otra relación y nos deja intuir una vida de conflictos entre ellos. Son muy distintos y a duras penas sobrellevan sus diferencias para evitar un enfrentamiento constante. Evaristo es amante de Yulia, otra relación importante que justifica la densidad de lo que presenciamos. Daniel parece ser el responsable, celebran esa noche el fin de sus estudios. Se recibió en farmacia, tarde y con mucho esfuerzo, pero logró algo que el hermano mayor nunca terminó. Sin embargo, esa celebración coincide con el tránsito de su separación reciente y se le intuye al borde del abismo. Frágil, confuso, carente de autoridad, no sabe lo que desea o teme concederse la satisfacción de un deseo oculto que no puede ser más obvio para el resto: su atracción por Sandra, el otro joven travesti, amigo de de Yulia, que supone para él una tentación desconcertante.

Sandra no es sólo amiga de Yulia, comparten la prostitución como rubro y esa subsistencia marginal las hermanó hace tiempo en una dependencia afectiva tan confusa como desmedida donde se intuyen maltratos mutuos pero también entendimientos que los otros no comprenderán nunca.

A este impactante cuarteto se suma la figura de Claudio, un patético visitador médico, amante de Sandra, que se sirve de esa relación para colocar algunos de sus productos y que no duda en aprovecharse de la debilidad de Daniel para sus confusos manejos. Claudio tiene una deuda económica importante de la que Sandra es en parte responsable y en torno a ese conflicto interno giran muchas de las tensiones de la noche.

Alcanza con esta breve introducción para hacerse cargo de que los elementos elegidos no pueden ser más íntimos y relevantes: vínculos de sangre, relaciones amorosas, dependencias sexuales y económicas, fracasos vitales, soledad, incomprensión y abandono. Una carga poderosa de circunstancias dadas que la dirección elige no desarrollar argumentalmente a favor de una exposición de momentos tan anecdóticos como relevadores para mostrarnos apenas un momento en las vidas de esos personajes. Una noche que quizá se parezca a otras muchas pero que, al tenernos a nosotros como testigos, también será única y, para muchos, inolvidable.

Cuestiones de forma

Señalábamos al principio como las dos obras prestan una atención espacial al punto de vista del público. Por un lado, la riesgosa generosidad con la que confían en eso que la teoría literaria identifica como el “lector avisado”, y que acá sería un público ideal que no sólo dosifique su necesidad de “cerrar” la historia que le cuentan, sino que se deje conquistar por esos personajes que le proponen algo diferente.

En el caso de Pudor… una construcción dramatúrgica que ofrece la sorpresa de lo simbólico como cotidiano introduciendo un tercer personaje, la mujer desnuda que vive en la heladera, que aparece como un regalo inesperado dándole a la obra una carga poética que nos obligará a cuestionarnos todo lo que suceda desde entonces como un sueño, una abstracción, una metáfora… Y ¿una metáfora de qué?, habría que preguntarse.

Viejo… abre con una escena confusa donde vamos descubriendo el espacio y a los personajes desde la sugerencia. Frases murmuradas que no se entienden del todo, miradas llenas de complicidad, una acción comenzada donde se palpa la incomodidad, idas y venidas en ese laberinto de estantes que rápidamente nos ubica en una trastienda de farmacia.

Ese comienzo es una brillante síntesis de lo que será la obra. La dirección elige la sugerencia y persigue una creación de clímax que van renovándose constantemente logrando que los personajes los transiten como una partitura física y emocional sobre la que avanzan hasta alcanzar un límite expresivo.

La importancia no está puesta en qué se cuenta, sino en cómo los personajes viven lo que les sucede ahí. Asistimos a una suma agotadora de alianzas que mantienen un equilibrio frágil que podría quebrarse en cualquier momento.

No hay un gran relato y poco y nada se nos dice sobre la vida de los personajes más allá de esa noche, sin embargo, los sutiles detalles con los que los actores los construyeron y el modo de accionar de cada uno, tan diferente entre sí, y tan rotundo como lleno de profundidad, logra que el público se integre en esa dolorosa confusión existencial empatizando con ese vacío al que todos en algún momento nos asomamos.

En Viejo… hay un alto nivel de exposición física que Yuli y Sandra evidencian desde su necesidad de transformarse. Los cuerpos se muestran maltrechos, agotados, heridos, hambrientos, viciosos, provocadores. Pero también vacíos, necesitados de amor y esquivos. No sólo entre ellos, también en relación a la platea.

La puesta nos obliga una y otra vez a elegir a quién mirar generando primeros planos de atención pero también importantes complicidades paralelas, gestos mínimos que transforman la escena logrando que la acción avance hasta generar un caos que se intuye como infierno repetido.

Pudor... presenta a los personajes desde las sutilezas de un texto donde los personajes dialogan sobre su pasado, sobre los recuerdos compartidos de una vida en común que les trajo hasta esa noche en la que se encuentran.
Frente a esa construcción de su mundo desde la palabra, se impone el contraste inesperado de la desnudez del personaje femenino que vive en la heladera de la casa. El público debe cuestionarse sobre esa mujer desnuda que incomoda de pronto la lógica de su relato. ¿Es real? ¿Es una fantasía del hijo? ¿Es la musa del futuro escritor que quiere ser? ¿Encarna el deseo sexual? Pero, ¿el deseo de quién? ¿Del hombre en general?

Los personajes parecen burlarse desde el texto de esas posibles preguntas.

PADRE: Hoy cuando llegué. Vos estabas en el baño, yo abrí la heladera para sacar agua y había una mujer toda desnuda.
HIJO: Ya la he visto.
PADRE: ¿Y qué hace en la heladera?
HIJO: No sé…
PADRE: Puede que necesite abrigo. Sería mejor que venga a la cama.
HIJO: Al contrario, el frío le da un poco de alivio.
PADRE: Nunca lo pensé.
HIJO: ¿Qué cosa?
PADRE: Que iba a encontrar a mi hijo con una mujer en la heladera.
HIJO: Apenas la conozco.
PADRE: Parece amable.
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HIJO: Preguntó por vos, le llama la atención. Estas cosas suelen llamar la atención.
MUJER: ¿Qué cosa?
HIJO: Tu cuerpo, me refiero a que estés desnuda en la heladera, es algo llamativo.
MUJER: ¿Acaso no ha visto una mujer desnuda?
HIJO: Me preguntó sobre el desnudo…
MUJER: ¿Y qué le respondiste?
HIJO: Vaguedades...
MUJER: No hay mucho para responder.
HIJO: Claro, no hay mucho.
MUJER: Se ruborizó, cerró la puerta, al rato la volvió a abrir, como para confirmar que no fuera una visión.
HIJO: No parecía asustado.
MUJER: Asustado no, excitado tal vez.
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PADRE: ¿Te ofende que te pregunte algo?
HIJO: No, por supuesto que no.
PADRE: Te iba a preguntar si no tenés deseos.
HIJO: ¿De qué?
PADRE: Cada vez que se abre la heladera. Deseos de la mujer.
HIJO: No se me había ocurrido. ¿A qué viene la pregunta?
PADRE: Por preguntar nada más.

**
Padre e hijo convertirán a esa mujer desnuda en tema de conversación y de disputa. El padre reflexiona sobre la desnudez aparentemente inofensiva de la mujer: “Como quien ni se da cuenta que no tiene ropa. Como quien dice, sin maldad, desnuda porque sí. Desnuda por desnudarse, no por otra cosa, no queriendo decir algo con el cuerpo desnudo: desnuda simplemente”.

Cada persona encontrará un modo distinto de justificar y entender esa mujer desnuda. ¿Una extravagancia del dramaturgo? Sí. Pero también, por qué no, un plano del inconsciente que se hace carne. Ese lado femenino con el que se dice que los hombres conviven y pelean, o quizá cierta pureza sacrificada demasiado pronto en la infancia.

La mujer desnuda será el nexo entre padre e hijo. A través de ella hablan del otro. Y ella es la única que los ve a ambos. Juntos y separados. Ella puede entender dónde comienza uno y termina el otro. Porque ellos, padre e hijo, lo olvidan, se molestan, se duelen en esa separación natural propia de la vida, pero no por ello menos dolorosa.

Es destacable el laburo de dirección para otorgarle organicidad a esa desnudez que también, aunque parcialmente, se dará en el caso del padre y el hijo. El hecho físico se convierte en un tema simbólico facilitando que el público incorpore la desnudez hasta olvidarla o asumirla quizá como metáfora de la imposibilidad para relacionarse de un modo verdadero y profundo con nadie.

Hasta acá vemos como las dos obras valoran y mucho, la participación del público en la construcción de sus propuestas argumentales y estéticas, desafiándoles a que sean no sólo testigos de un hecho teatral si no motores del mismo. Queremos detenernos brevemente en la escenografía de ambas obras para señalar algunos elementos de la puesta en escena que acentúan esa idea.

En Viejo… los estantes de la trastienda llenos de medicamentos construyen una suerte de laberinto donde los personajes se esconden, se buscan desde las miradas, se encuentran e incomodan físicamente. Como ya señalamos, la simultaneidad de las acciones obliga a elegir dónde y qué mirar en muchas ocasiones.

A este planteo hay que sumar la presencia de dos espacios: una mampara que delimita lo que sería el espacio de atención a los clientes en la farmacia, lugar de entrada y conexión con un mundo ajeno a lo que ahí sucede; y un baño dispuesto en medio de la escena, separado por una cortina, donde cuelga un espejo atravesado que genera en sí un nuevo espacio dramático.

La posición del espejo interviene en la percepción del público. Lo que en él sucede no está al alcance de todos. En función de qué lugar se ocupe en la platea, la visión será más o menos privilegiada. Eso hace que el espectador se vea obligado a imaginar lo que sucede ahí – del mismo modo en que debe deducir en la primera escena lo que ocurre dentro del baño con Yulia - o que disfrute de un alto grado de intimidad con los personajes que se enfrentan a sí mismos en ese espejo. Es destacable el momento en el que Sandra, tras un pico de discusión, se observa a sí misma en el espejo durante unos segundos tratando de tranquilizarse.

Un espejo siempre es un espacio extraordinario. Provoca un extrañamiento, una perspectiva falsa, habilita un doble, un reflejo modificado donde nada es lo que parece. Hay algo muy poderoso en la soledad de la mirada de Sandra que sólo algunos compartirán desde la platea. ¿Qué es lo que está viendo? ¿Qué reconoce en su reflejo? ¿Qué querría ver?

Es por hallazgos tan sutiles como ese que algunas obras piden ser vistas varias veces.
La escenografía de Pudor... se dispone como una casa en dos alturas. Distintos ambientes: el dormitorio, un baño, la cocina y la heladera. Sí, la heladera forma parte de la cocina pero resultará ser un ambiente más, de hecho, será una casa dentro de la casa, un escondite a la vista de todos para esa mujer desnuda que vive en ella.

Son muchos los momentos de la puesta donde el público puede elegir los movimientos de qué personaje seguir y a dónde mirar, con el aliciente de que lo contempla son gestos rutinarios, observamos la cotidianeidad del estar solo en una pieza, mientras en la otra, a pocos metros, se encuentra alguien que nos importa, que nos quiere, alguien que habla sobre nosotros con otra persona. Así, de ese modo tan sencillo, se articula la idea de la infinita distancia que nos separa.

Un hallazgo muy interesante en el uso del espacio escénico se produce en el momento en el que el hijo rompe la famosa cuarta pared para dirigirse al público. El lenguaje empleado en ese momento reitera la poesía presente en el texto, pero no nos aleja, ya que la profunda intimidad de lo que el hijo comparte con el público nos lastima. Se quiebra así, mediante una confesión, la comodidad impune del público que venía disfrutando de una historia. Se apela a los espectadores como cómplices de un recuerdo, se les explica la diferencia, el antes y el después de esa noche, la importancia vital que tuvo esa visita.

HIJO: Esta fue la última vez que vino. La primera y última visita que me hizo. Y mañana, antes de irse, volveremos al Zoológico. (…) No habrá gente paseando. Los animales escondidos en sus cuevas y nosotros dos, caminando en silencio bajo los chispazos de agua. Del resto, años más tarde, no recordaré nada. (…) Yo era muy joven, todavía tenía este cuerpo. Mucho tiempo después rescataré este momento del fondo oceánico. (…)

En ese momento la escenografía, la casa, es la memoria del hijo y toda la obra apenas un recuerdo compartido.

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Son muchas y muy distintas las posibles opciones de análisis que una obra de teatro nos ofrece. Este no pretende ser un estudio exhaustivo sobre ninguna de ellas, sino más bien, una suma de reflexiones que esperamos sirva como aliciente para acercarse al trabajo de cualquiera de estos creadores.

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* MACARENA TRIGO es actriz y directora de teatro. Licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, Historia del Arte y Comunicación Audiovisual. Obras en cartel: La omisión de la familia Coleman (actriz y asistente de dirección), Ella también la está pasando mal (texto, actriz y directora) y Pie para el beso (texto y directora).

PUDOR EN ANIMALES DE INVIERNO, de Santiago Loza. Dir. Lisandro Rodríguez.
(No está en cartel actualmente).
Actúan: Ricardo Féliz, Valeria Roldán, Martín Shanly./ Músico: Lisandro Rodríguez. / Escenografía y vestuario: Mariana Tirante. / Luces: Matías Sendón. / Fotografía: Nora Lezano. / Entrenamiento corporal: Leticia Mazur. / Asistencia de dirección: Sofía Salvaggio. / Prensa y producción: María Sureda.
Otras obras de Santiago Loza en cartel: He nacido para verte sonreir, La muejer puerca, Mabel, Nada del amor me produce envidia y Todo verde.
VIEJO, SOLO Y PUTO, de Sergio Boris. ESPACIO CALLEJÓN. Sábados 22h.
Actúan: Patricio Aramburu, Marcelo Ferrari, Darío Guersenzvaig, Federico Liss, David Rubinstein. / Vestuario y escenografía: Gabriela A. Fernández./ Iluminación: Matías Sendón. / Diseño sonoro: Fernando Tur. / Gráfica y fotografía: Brenda Bianco. / Asistencia artística: Adrián Silver. / Asesoramiento de maquillaje: Gabry Romero. / Asistencia de escenografía y vestuario: Estefanía Bonessa. / Asistencia de dirección: Jorge Eiro. / Prensa: Daniel Franco, Paula Sminkin. / Producción: Jorge Eiro, David Rubinstein.