La dramaturgia como práctica de fe / o como fe práctica (I)

A lo largo de las próximas semanas iremos compartiendo en el blog una serie de apuntes que surgieron a raíz de nuestro paso por el taller de dramaturgia de Mauricio Kartun en 2015. No se trata de un diario de aquellas clases, sino de un pequeño desarrollo personal e impresionista de algunas de las ideas que más nos fascinaron en esos meses. Nos gusta pensar que abrimos una pequeña ventana para todos los que están lejos o no han tenido aún ocasión de conocer a este generoso e inspirador maestro para quien todo es materia prima de posible obra. 
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“La enseñanza artística posee gran cantidad de zonas inefables”. Mauricio Kartun.
 Mauricio Kartun, maestro de dramaturgos argentino sobradamente conocido, imparte todos los años un taller cuatrimestral en su estudio de Buenos Aires. La escritura de estas notas se nutre del tiempo disfrutado en ese taller entre abril y julio de 2015. Cada semana Kartun recibe grupos de sesenta personas deseosos de encontrar quién sabe qué llave, herramienta o guía que sostenga su propósito de escribir una obra de teatro. Quizá no sea el objetivo final de todos los presentes pero sirve como excusa para reunirlos. Resulta difícil determinar las razones por las que alguien en pleno siglo XXI invierte tiempo y dinero en unas charlas que, se advierte el primer día, no harán magia, es decir, no lograrán que se escriba una obra de un soplido, sin embargo, puesto que la maestría de Kartun es admirada, su criterio respetado y su persona amada como pocas dentro y fuera del ambiente teatrero, se acude con la certeza de que lo que suceda en esos meses resultará inspirador y, como tal, bienvenido. Si hay suerte, quizá se consiga sistematizar la teoría, reflexiones, experiencias, consejos y prácticas. Sea como fuere, no cabe duda de que esos cuatro meses se conciben como una introducción a lo que puede ser un camino de ida: la dramaturgia como modo de vida y, por extensión, el teatro como un lugar donde quedarse a vivir. Humildemente nos proponemos desgranar algunas de las cuestiones abordadas en esos encuentros y reflexionar sobre la dramaturgia como vocación y posible profesión, es decir, como acción de fe.  

“También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más”. Alejandra Pizarnik.

Escribir. Un despropósito. Escribir poesía. Un sinsentido. Escribir teatro. ¿Quién se atreve? ¿La escritura dramatúrgica existe? ¿Qué es? ¿Una destilación exótica de los otros géneros? ¿En qué consiste exactamente ese deporte de alto riesgo? Si el autor murió, ¿el dramaturgo se extinguió?
En el cortísimo callejón de la fama de los dramaturgos, titilan en viejos neones a los que hace rato se les quemaron unas cuantas luces, los nombres de un puñado de superhéroes. Sófocles, Molière, Calderón, Shakespeare, Pirandello, Ionesco, Pinter, Williams, Miller, Beckett, Koltés… 
Aunque el s. XX multiplica los apellidos invocados, vemos que brillan por su ausencia en esos neones desvencijados, las mujeres. Deben estar, sí, pero el apuntador que debiera mencionarlas parece dormirse siempre a esa altura de la pieza. Podrá la arqueología reivindicatoria y sus autopsias pertinentes rescatar unos cuantos nombres, pero hará falta otro mundo para que sus obras ocupen un lugar en ese tercio del único estante dedicado al teatro en las librerías.
Gran parte de la Historia del Arte se escribe sobre sus objetos, lo que queda, sus ruinas. No es de extrañar entonces que el teatro ni siquiera aplique a ser considerado como disciplina en sus programas de estudio. El teatro deja pocas huellas, casi ninguna pista. No lloremos. Los planes de estudio de Historia del Arte rara vez consideran la poesía o la danza, y la fotografía y el cine no dejan de ser secundarias en sus gruesos catálogos tomados por la arquitectura, la escultura y la pintura. Ellos se lo pierden. Los estudiantes. Pero solo momentáneamente. Tarde o temprano, aquellos interesados en vivir, tropezarán con la vida.
Afirma Kartun, como si de un mantra se tratara, que “uno es el poeta que puede, no el que quiere”. La sencillez de esa idea nos anima a sumarnos hoy a los peripatéticos que rondan ese callejón de neones envejecidos al acecho de cualquier imagen que los deje a la puerta de una buena historia.
Si exprimimos a cualquier artista, su esencia será poética. Sin importar la disciplina en que ejerza, todo el que ponga su conocimiento, herramientas, intuición y pasiones al servicio de una obra artística, será poeta. Poseerá una imaginación compleja articulada sobre lo que le rodea y sobre el modo en el que ha logrado interactuar, sobrevivir y dar réplica a la existencia. Forjará un imaginario que, de a poco, será cada vez más personal y, con suerte, llegará a ser original, es decir, tendrá que ver con él, con su azaroso origen, más que con sus influencias o contexto. Ese imaginario lo convertirá en un autor con voz, con un estilo identificable que otros definirán, caracterizarán y analizarán cuando sea pertinente. La práctica de su arte le llevará a rechazar el mundo conocido, a pretender otro, buscarlo, defenderlo. Inventarlo si fuera preciso. Siempre que sea preciso. Y en ese acto demiúrgico, creando un mundo a su medida y semejanza, estará revelando algo nuevo sobre este, el mundo conocido por todos. Hablará de la luz y/o de la sombra. Nos ayudará a observar qué hay ahí verdaderamente, qué posibilidades palpitan sin que lleguemos nunca a considerarlas porque estamos demasiado ocupados en el terror de la existencia. Que esa revelación llegue al mundo como edificio, fotografía, movimiento, composición musical, película… es anecdótico. En última instancia, todos esos artefactos son, y debiéramos recordarlo más a menudo, poemas. Poemas que invitan a ser leídos. Nos desafían. Nos animan a considerar la experiencia vital como un libro al alcance de la mano, un libro que no cesa de escribirse y que espera pacientemente nuestra lectura y nuestras siempre mutables conclusiones.

Hay una planta de flor muy sencilla conocida en algunos lugares como “ojo de poeta”. Ahí está, en esa imagen, la certeza de que el poeta es su mirada. Todo aquel que cede parte de su vida o la ocupa en el desarrollo de una expresión artística, lo hace movido por ese ojo de poeta, un ojo distinto que nos revelará lo que siempre estuvo ahí. 

m.trigo