El ensayo contra todo



Hace dos meses en medio de las arenas movedizas de cualquier día, empezamos a darle forma a una idea: un encuentro semanal donde reunirnos con actores y actrices que necesitaran trabajar para no volverse locos. Seguir haciendo pese y contra todo. 

¿Qué pasa cuándo la dinámica de "taller" se agota? ¿Cuándo nos damos cuenta de que llevamos años tomando clases de esto y aquello, con este y aquel, pero aún no nos consideramos creadores por derecho propio? En esta profesión de extremos, nacen actores brillantes de la noche a la mañana que nunca pasaron por manos de ningún pulidor de diamantes, pero también hay grandes actores que viven esperando quién sabe qué transformación interna o qué palabras mágicas que algún otro, en lo posible un admirado maestro, nos regale, autorizándonos a ejercer lo que hace años somos. 

En el aprendizaje de las disciplinas artísticas es raro licenciarse con honores. Nos formamos, por supuesto. Elegimos con quién, dónde y cuándo. Nos decepcionamos infinitas veces. Comenzamos de nuevo. Quienes tuvimos la suerte de encontrar un lugar donde nuestro horizonte de expectativas, los métodos, el entusiasmo, la teoría, la práctica y la producción comulgaban, lo tenemos difícil al finalizar ese ciclo amoroso. Cuando un espacio de formación se convierte en casa, nos sentimos orgullosos de haber estado ahí, de haber sido parte de lo que se intuye, y se entiende después, una evolución constante. No sucede tanto como desearíamos. 

Cuando tenemos el coraje de finiquitar nuestra formación, aún antes de haber podido desgastarnos o llenarnos de vicios en un laburo definido, entre otras terribles cosas, por su inconstancia, ya estamos pensando en "reciclarnos", en seguir entrenando, en no "oxidarnos". Y sí, también es necesario y hace falta y bien. Pero en ocasiones toda esa energía puesta en un difuso y desmedido perfeccionamiento sería más útil volcada, depositada amorosamente, en una creación propia, en una producción, algo que no solo nos "aceite" sino que nos desafíe por completo y que implique un compromiso de búsqueda, un recorrido por todos los elementos que constituyen esa rara receta de lo que, a falta de otra expresión, concebimos como obra. 

¿Estamos hablando de armar un elenco? ¿Un grupo de trabajo? ¿Una productora? Quizá sí, pero no hace falta. Podemos, y deberíamos hacerlo más a menudo, trabajar solos. Elegir textos que nos rompan la cabeza, calentarnos en su fuego, idear puestas posibles, probar y fracasar. Compartir nuestros hallazgos con alguien, emocionarnos ante la obviedad de una solución que, sin embargo, apareció tras meses de perseguir un no sé qué... Hay infinitas historias latiendo en cuanto nos rodea, personajes albergados en nuestro imaginario, ese imaginario saturado de urgencias que colapsan lo importante. No se trata de que cada una de nuestras iniciativas termine en cartelera, se trata de que las valoremos otorgándoles el tiempo y el espacio que merecen. Nadie hará eso por nosotros. Igual que nadie puede leer por nosotros lo que tenemos pendiente, salir a correr, ir a una muestra de arte, contarnos las obras de los demás o memorizar nuestro texto. 

La creatividad actoral precisa autonomía. Hay una gran parte del trabajo sobre la que podemos profundizar en soledad y después sí, luego sí, claro, mostrar ante aquellos cuya opinión nos interese, escuchar lo que nos dicen y lo que no, y mejorar siempre, apuntalar. Y seguir. Seguir haciendo sin preguntarse para qué, concentrándose en el cómo. De alguna manera, al final, las piezas encajan. Hemos estado ahí muchas veces. Hemos visto el prodigio. No debemos olvidarlo. 

El ensayo contra todo se nutre de estas ideas pero no solo. También se trata de una reacción, la nuestra, tan mínima como efectiva, ante el ninguneo al que se nos somete. La cultura nunca es prioridad en la agenda política, estamos acostumbrados, pero son infinitos los modos en los que el Estado puede posicionarse al respecto y el actual gobierno, una y otra vez, elige el peor de los modos para hacerlo. Quienes trabajamos de este lado del abismo hemos visto en pocos meses como nuestra precaria subsistencia se desbarata día a día. Una sola de sus medidas, el aumento de la tarifa de la luz, sin ir más lejos, puso en peligro la subsistencia de todas las salas de teatro independiente. A la luz se le sumó el resto de servicios. A esa realidad no se enfrentaron solo los teatros. Todos estamos bajo la misma amenaza. No está claro aún si todos sabemos defendernos. O si alguien nos defenderá a tiempo. 

Nuestro cotidiano se ha visto violentamente recortado y nos dicen, insultando nuestra inteligencia con un cinismo digno de antología, que lo que teníamos no nos pertenece, nos mintieron, teníamos costumbres de país rico, los pobres no son tan pobres y el ocio cultural es un lujo. Como el gas, como la luz o el agua. Nuestra existencia es un lujo mientras el Estado tenga que hacerse cargo. Eso dicen. Y que no hablemos de política, nosotros, "los artistas". Porque para ellos somos "artistas". Da miedo asomarse a su definición del término. 

¿Cómo afecta esto a lo que hoy desayunamos? Debería ser un misil en el epicentro del sistema. Porque mientras ese discurso se expande, mientras la cultura se convierte en un tema menor, en un ministerio que pasa de mano en mano entre ineptos, nosotros tenemos que correr más, más rápido y más tiempo, de un lado a otro de la ciudad y de la vida, correr detrás de infames zanahorias que nos alejan de lo poco que logramos ser. 

Se nos ocurrió que dejar de correr, reunirnos, compartir trabajo con extraños, generar algo que ellos no nos arrebatarán porque nuestro capital es simbólico y ese para ellos no cotiza, estaría bien. Sería un modo posible de enfrentarnos a lo que pasa, un modo de que nuestra bronca siembre y nuestra esperanza no se apague. En estos dos meses, apenas un puñado de lunes, todos los que asomaron, probaron y compartieron, ya sabían esto. Durante unas horas, apostamos por devolvernos el sentido los unos a los otros. 

Mirarnos a los ojos y decir: sí, sos actor, sos actriz. Hacés bien y falta. Que la fuerza te acompañe. 
Algo así. Algo que no decimos nunca, porque no hace falta, porque pasa sin más. 

En cosa de dos meses, pese a los feriados, la lluvia que se empeña en asistirnos, la gripe y los laburos alimenticios, hemos logrado abordar y terminar una primera serie de monólogos. Algunos son creaciones propias, otros fueron escritos al hilo de lo que sucedía cada semana, otros adaptan textos que enamoran por quién sabe qué cosa... Nos acompañaron personas que no se dedican al teatro pero que lo disfrutan como cosa propia y quisieron ver qué hacíamos. Algunos compartieron un trabajo casi terminado sobre el que tenían dudas, las resolvimos y volvieron al mundo un poco menos solos. 
También sumamos la compañía de la fotógrafa María Kusmuk a nuestros encuentros porque nunca olvidamos a Ure afirmando que "los actores tienen la primaria inconclusa". Quizá no es cierto, pero casi todo está por aprenderse y a nuestro alcance. Entonces, sí, un poco de fotografía para todos, dale. Porque también ahí, en cada imagen, puede aparecer la semilla que hace tanto buscamos. Se trata de no dejar de mirar, de seguir acá, de no cerrar los ojos mientras se pelea. 



Macarena Trigo. 




El ensayo contra todo es una actividad abierta a la comunidad teatral que se realiza a la gorra los lunes, de 19 a 23h. 

(Importante: pueden llegar dentro de esa franja horaria cuando la vida se lo permita e irse en cualquier momento). 

Los participantes presentan monólogos con una duración máxima de 15min. Se trabaja sobre las propuestas desde la dirección de actoral. No hay marco docente ni ejercicios previos. Los interesados pueden sumarse como observadores, participantes, tomar notas, escribir para los actores y actrices presentes, cebar mate...

Dudas, inquietudes y consultas: Macarena Trigo