Guillermo Mayoral











Fotógrafo

¿Cómo te definís profesionalmente?
Pasional, obsesivo, muy instintivo.
¿Sabés por qué te dedicás a esto?
Porque me hace feliz, me sana, lo amo.
¿Qué disciplinas resultaron fundamentales en tu formación?
Todas aquellas que resuenan sensiblemente en mí. Comenzando por mi formación inicial en las artes plásticas,  así como también la música y la literatura. Todas han contribuido a formar mi manera de ver el mundo y la necesidad de expresarlo.
¿Qué es lo más útil que te ha enseñado tu trabajo?
Quizás la misma característica inherente en la fotografía de retener un instante, recortar, separar ese fragmento de un presente que deja de existir continuamente. La fotografía me ha dado la capacidad de captar sucesos, pequeñas perlas en el devenir constante, que de otra manera hubieran desaparecido sin dejar huella. Aún sin tener la cámara conmigo, ese ejercicio es permanente y automático.
¿Y lo más hermoso?
Lo mismo, los instantes retenidos en mi memoria me han permitido una mirada de la vida que han contribuido a mejorarme y construirme. Y por supuesto, he conocido personas maravillosas que me han enriquecido.
¿Cuáles considerás que son tus principales fuentes e influencias creativas?
En general las mismas disciplinas que han contribuido a mi formación, principalmente la plástica y por supuesto, los grandes maestros de la fotografía. 
¿Qué es lo que más te duele a la hora de ejercer tu vocación?
No poder dedicarme de entero a ejercerla. Amaría entregarle mis días sólo a mi vocación, sin la necesidad de hacer otras cosas para sostenerme económicamente.
¿Crees haber sacrificado algo importante para dedicarte a esto?
No, la fotografía sólo ha sumado a mi vida
¿En cuántos proyectos laburaste el año pasado?
Hay dos proyectos que, a mediano y largo plazo, comenzaron a andar su camino hace un tiempo. Estos seguirán desarrollándose y crecerán hasta que por sí mismos se den por terminados. Mas allá de eso, hubo cinco o seis proyectos más que fueron felizmente realizados.
¿Todos llegaron a mostrarse o estrenarse?
Sólo de manera virtual, una muestra necesita una maduración que lleva su tiempo.
¿Cuántos te esperan ahora?
Además de los dos en danza, éste año se han sumado dos más que seguramente se extenderán durante el 2017. El primero y más antiguo es Cicatriz(ando). Un proyecto casi autobiográfico en el que estoy retratando a personas que han sufrido un trauma físico lo suficientemente importante como para modificarlas, aquellas quienes supieron sobreponerse y superar el golpe, evitando la victimización para hacerse más fuertes y sabios, integrando en su ser la experiencia vivida,
El segundo, comenzó en el 2015, diVersas es su nombre y es un proyecto que va contra la cultura patriarcal y capitalista de objetivizar los cuerpos femeninos, ciñiéndolos en un molde imposible, generando patologías de alimentación, insatisfacción permanente, desvalorización y, por supuesto, restringiendo la libertad y el derecho de habitarse feliz en las diversidad de cada una. Para eso estoy retratando a todas las mujeres que quieran participar, con sus cuerpos posibles, empoderadas en su ser, sin condicionamientos de edad, peso, origen ni particularidad. Son todas bienvenidas.
Además estoy trabajando en la ilustración de las poesías de una amiga escritora Guatemalteca, siendo ella misma la modelo. Es todo un desafío y lo estamos disfrutando mucho. Será trabajo para gran parte del año próximo también. Por otro lado hay proyectos que aún están en la etapa de planificación y prefiero mantenerlos discretamente en secreto.
¿Cuál es el proyecto al que dedicaste más tiempo hasta la fecha?
Cicatriz(ando). Seguramente, por su característica especialmente sensible, seguirá caminando conmigo un largo tiempo
¿Cómo lo recordás? ¿Qué hubo de bueno y de malo?
Como aún está en proceso, sólo puedo decir que es bellísimo ver  a las personas abrirse a la propuesta.
¿Con qué otras artes te relacionas habitualmente?
La música, las artes plásticas, la poesía… De todas ellas me alimento
¿Qué es lo más absurdo que has hecho por amor al arte?
No creo haber hecho nada que pudiera calificar de absurdo. Al menos nadie me lo hizo notar.
¿Hay algo que no volverías a hacer?
Traicionarme.
¿Qué estás leyendo?
Últimamente estoy leyendo bastante poesía, de internet, ningún autor o libro en especial, sólo buceo por bellísimos blogs armados con mucha dedicación y paciencia, que nos permiten un acercamiento a poetas que, de otra manera, hubieran permanecido ausentes de mi vida.
¿Qué autores recomendás siempre?
Depende quien me solicite la recomendación, suelo sugerir, a quien no tiene la costumbre, que comience a incursionar en la poesía.
 ¿Qué artistas – de cualquier ámbito - te resultan imprescindibles?
Son tantos… En el ámbito de la plástica desde el genial Hieronymus Bosch, hasta Paul Klee, sería difícil e injusto enumerarlos. Leer a Borges me genera un placer estético único. Muchos.
¿Qué buscás en la gente con la que elegís laburar?
Predisposición al  juego creativo y responsabilidad.
¿A qué profesionales de tu ámbito seguís de cerca?
Aprendo de todos, creo que todos somos aprendices, pero Salgado podría ser hoy un maestro a quien sigo especialmente.
¿Con quién hablás sobre tu trabajo? ¿Pedís consejo o asesoramiento a alguien de confianza?
Hablo con todos mis colegas a quienes respeto y admiro por su trabajo. No suelo pedir asesoramiento pero tal vez consejos sobre locaciones, producción o modelos con quienes me interesaría trabajar.
¿Por qué vivís en Buenos Aires?
Aquí es donde nací, me crié y desarrollé. Sé que mi trabajo como fotógrafo tiene más posibilidades aquí en la gran ciudad, aunque no está lejos el día en que elija vivir más tranquilo, lejos de los males de toda gran urbe.
¿Cuándo te das cuenta de que tenés un nuevo proyecto entre manos?
Cuando algún tema me resulta especialmente sensible y creo que puedo aportar algo desde mi mirada.
¿Sentís que tenés un sistema personal de trabajo?
Soy bastante intuitivo, y trabajando con modelos dejo que la foto llegue a mí, antes que premeditarla. En casos específicos donde la imagen está preconcebida, suelo abrir el juego y escuchar lo que otros tienen para aportar.
¿Tenés un panorama claro de lo que vendría siendo tu trayectoria?
No, y no me interesa verlo de esa manera.
¿Qué hacés cuando no estás trabajando?  
Soy muy tranquilo, me gusta la naturaleza, tomar unos mates en el río y, por supuesto, hacer fotos.
¿Si no te dedicaras a esto qué estarías haciendo?
No lo sé muy bien, quizás me dedicaría  a la pintura, pero no estoy seguro de que pudiera ser un  reemplazo de la fotografía.

Ciclo invocaciones: Pasolini por Feldman

El ciclo Invocaciones curado por Mercedes Halfon nos regala otra pieza destacable. En esta ocasión, quinta ya, la figura elegida es Pasolini y Matías Feldman el director a cargo de la invocación teatral. "¿Cómo invocar a Pasolini?", interroga el texto del programa. Ciertamente. Cómo. 

La respuesta de Feldman es un zapping de ilusiones. Un plano sobre plano, un recorte dentro del sueño eterno, un instante detenido, el del último aliento, donde el creador italiano se universaliza y se convierte en hombre, pero también en dios(es) y en un clásico: un narrador todopoderoso y omnisciente que contempla la barbarie del mundo asumiendo su sinrazón como molde, sus vacíos como huecos que habitar. 

Pasolini muere y se contempla. El tiempo se detiene, se abre, se rebobina y se adelanta. Su viaje, su fugaz tránsito por el limbo, lo lleva al peor de los infiernos: el de nuestros días. Y acá todo es posible. La escoria pasa inadvertida, la estupidez se aplaude, el elogio y el trauma son la misma cosa. No hay maestros, ni padres ni tradiciones redentoras. Nuestro futuro ha cristalizado los peores vaticinios del genio italiano.  Feldman crea personajes que encarnan varias de nuestras pandemias y los dota de una verborragia donde brillan la ironía y el sarcasmo. Se nos resume el estado anoréxico del arte, el pensamiento y la clase media. Los efectos colaterales del capitalismo salvaje y la globalización. Contemplamos un retrato múltiple, suerte de laberinto de espejos, donde nos reproducimos hasta el infinito. "Viven atrapados en campos de concentración donde se torturan con sus contradicciones", se afirma, se deja caer entre otras muchas  sentencias dignas de subrayarse. Acá y allá escapan carcajadas en platea quizá porque sabemos que nos señalan con el dedo. 

La puesta arroja sobre el público centenares de reflexiones e interrogantes jodidos a los que estamos dolorosamente acostumbrados y para los que no pareciera haber respuesta. Nos hace conscientes de cuán parte de los males del mundo somos pero también, por suerte, nos permite entrever que sigue estando en nuestras manos, demiurgos al fin de todo lo que el mundo termina reflejando, la posibilidad de señalar las fallas del sistema, sus heridas y abismos. Un gran elenco hace posible este despliegue de inquietudes. La dirección apuesta por la alternancia de registros y un expresionismos irrealista cuya rotundidad resulta coral y tan plástica como efectiva. 

Pasolini es una figura de inspiración desmedida. Rescatarlo del olvido es una hazaña poética y necesaria. Esta invocación es un recordatorio, un agradecimiento y un regalo. Quién nos dice que desde la camarita del ciber Eternity, el gran tano no esté contemplando aún este enorme despelote tantas veces anunciado. 



Pasolini, invocación V

Autoría y dirección: Matías Feldman.
Asistente de dirección: Juan Francisco Reato.
Producción: Gabriel Zayat.
Elenco: Luciano Suardi, Andrea Garrote, Marcelo Subiotto, Juliana Muras, Ariel Pérez De Maria, Maitina de Marco, Guido Losantos, Diego Echegoyen, Paco Gorriz, Martín Aletta, Eugenia Blanc, Julian Duffy, Manuel Guirao, Juan Manuel Trentini, Martina Bajour.
Escenografía: Matías Feldman y Matías Sendón.
Realización escenográfica: Leo Ruzzante.
Realizador/escultor: Walter Lamas.
Diseño de vestuario: Emiliana De Cristófaro.
Asistente de vestuario: Belén Rubio.
Iluminación: Matías Sendón.
Colaboración artística: Rakhal Herrero, Juan Francisco Dasso.


C. C. General San Martín
Sarmiento 1551

Viernes y sábados a las 22h. 
Domingos 21h. 

La dramaturgia como práctica de fe o como fe práctica (VII)


“El ser humano es sangre en movimiento, vida, pero el ser humano ha sido talado, como un árbol. No te vas a desangrar, la sangre simbólica que brotó en ti al ver la función va a circular por tus venas, va a recordarte que estás vivo, va a devolver la vida a tus ramas taladas”. Roberto Álamo.

Antes, mucho antes de ponerse a escribir, pintar, componer o editar, los poetas estamos condenados a pasear nuestros cuerpos por el mundo. Dejar que se desgasten y lastimen, enfrentarlos al clima, las crisis y al humor suspicaz de casi todos. Acercarnos al campo del vecino, ver su siembra, cómo planta, qué cosecha. Cuando los dramaturgos vamos al teatro nos convertimos en público. Y no somos buen público. Estamos atentos a casi todo, a casi cualquier cosa, menos a lo que sucede frente a nosotros. Kartun interrogaba en una clase: “¿qué es lo que quiere el público?” Ante el silencio inquieto de la sala, respondió sabiamente: “Irse a cenar”. 
Pensemos en los pocos motivos que hay para salir de casa un sábado a la noche o un domingo a la tarde. Cruzar media ciudad hacia un teatro para ir a alguna sala incómoda, pagar una entrada y dejar que nos ocupen hora y media. Recién entonces, sentado en su butaca, si la hay, se inicia el ejercicio. Ahí estamos. Esperando el comienzo de una historia que quizá conocemos de antemano. No empezó la función y ya todo está en juego todo. La mucha o poca expectativa, el deseo de que aquello salga bien, no me aburra, me conquiste, merezca la pena y me permita olvidar quien soy. En definitiva, por favor, que mi esfuerzo no sea en vano.
Afirma David Mamet que “el intercambio teatral (…) es una comunión entre el público y Dios, moderada mediante el dramaturgo. Los trabajadores teatrales, actores, directores, escenógrafos, escritores, son en esencia descendientes de los sacerdotes y de los levitas del Templo antiguo, cuya misión, como la de sus antepasados, los narradores de historias en torno a la hoguera, consistía en plantear la pregunta: “Vamos a ver, ¿qué es lo que está pasando aquí?”[1].
Si difícil resulta desentrañar los motivos por los que seguimos ejerciendo como público, más difícil aún resulta traducir los múltiples efectos secundarios que una obra provoca. Una obra de (de arte / de teatro) puede modificarnos, cambiar la trayectoria de un día perverso, traernos y llevarnos a través de vidas ajenas con cuya trascendencia empatizamos. Creemos en el arte y confiamos en su poder porque lo hemos experimentado en carne propia. Nuestra fe, pues, no es ciega. 
Sin importar cuánto tiempo pase entre esa obra que nos despertó y la siguiente, el día en el que una alivia, redime, consuela, en definitiva, trasciende en nosotros, recordamos que eso era lo que necesitábamos, lo que estábamos buscando. Lo mejor que puede suceder es que la obra de otro nos catapulte de vuelta al trabajo. 
El taller termina tras dieciséis encuentros. Las conclusiones, si las hay, se presentarían como una impertinencia. Se nos ha recordado a menudo que la enseñanza del arte no debe abordarse como una ciencia dura por más sistemas, herramientas y recursos que se nos ofrezcan para ahondar en una disciplina. A escribir, actuar, dirigir, pintar o fotografiar, solo se aprende escribiendo, actuando, dirigiendo, pintando y fotografiando. Semejante obviedad no siempre cae por su propio peso. Se nos ha recordado que en la vida  - sus historias, personas, símbolos, metáforas y silencios -, encontraremos todo lo necesario para aproximarnos al arte, sus valores y sus infinitos modos de hacerse (im)posible.
El escritor infectado por el virus de la dramaturgia tardará un rato en obtener un diagnóstico satisfactorio de los especialistas. Abordarán su caso, su texto, inquietos por la extraña forma, incapaces de definir exactamente qué es lo que no termina de estar o ser como debiera en ese organismo. Cómo es posible que parezca un guión de cine pero no, contenga una narrativa novelesca pero no y hasta, quizá, coquetee con lo poético pero no. Definitivamente no. Tardarán en darse cuenta pero terminarán por reconocer que eso que tienen en sus manos es una obra de teatro. Un texto que, a primera vista, parece tan inofensivo como todos. Casi pobre. Quizá demasiado breve. Sus explicaciones para el escritor serán claras aunque no sencillas. Ese texto necesitará ponerse en pie. Hay que sacarlo del cajón, de la carpeta, leerlo en voz alta, compartirlo, dejar que otros lo lean, encontrar actores, decidir quién lo dirige, coordinar una agenda de ensayos que desafía la duración de las horas y los días, encontrar una sala o un espacio que se adapte a sus necesidades, abrir de par en par cada metáfora y poner en marcha el mecanismo que active ese universo creado.
 El escritor saldrá aturdido con su texto en brazos, lo contemplará lleno de dudas y asustado. Aunque hubiera tenido sus sospechas, no lo esperaba. No estaba preparado para esa noticia. No sabrá qué hacer, por dónde empezar. Volverá a su casa y quizá, en un vano intento por retomar su vida, hará como si aquello no hubiera sucedido. El texto quedará bajo llave al fondo de un armario entre cartas, recibos y apuntes viejos.
Pasará el tiempo.
Una mañana o una tarde cualquiera, lloverá, alguien tocará el timbre, un auto frenará en seco y con estrépito en la calle y él, de repente, sabrá qué tiene que hacer. Y cómo.


m.trigo







[1] Mamet, David. “Formas teatrales”, en Manifiesto. Ed. Seix Barral, Barcelona, 2011, p.59.