Nicolás Blum



Músico, compositor, poeta. 


¿Cómo te definís profesionalmente?
Por lo general, con cierta impericia.
¿Sabés por qué te dedicás a esto?
Creo que tiene que ver con una sublimación elegante de la libido. Una forma de pulsión latente que si no encauzo me vuelve un poco impresentable.
¿Qué disciplinas resultaron fundamentales en tu formación?
El Karate, la cocina, las artes (en general) y el hermetismo (en particular). También el aburrimiento, pero creo que no es una disciplina, lo voy a googlear.
No, no es.
¿Qué es lo más útil que te ha enseñado tu trabajo?
A poder trabajar en cualquier lado.
¿Y lo más hermoso?
A no mentir.
¿Cuáles son tus principales fuentes e influencias creativas?
Debussy, Gardel, El Tata, Vallejo, Girondo, Bill Hicks, Xul, Hatzidakis, Meliès, Liliana Felipe,  Chaplin, Fortune... No sé, un montón.
¿Qué es lo que más te duele a la hora de ejercer tu vocación?
A veces, después de tocar, el esternocleidomastoideo.
¿En cuántos proyectos laburaste el año pasado?
En varios. Musicalmente estuvimos muy activos con Orquesta Espantapájaros. También me estuve presentando en algunas milongas como cantor de tangos y en formato solista, con mis poemas y canciones.
Estuve diseñando una especie de bicicleta que me llevó bastante tiempo. Después encontré que era la versión moderna del Plectociclo, un vehículo de finales del siglo XIX que perdió la pulseada con el velocipedo. Como Rovira con Piazzolla.
También estuve trabajando en una aplicación que produce música con las palabras. Todavía estoy con eso.
Participé para presentar un sistema de sonorización astrológica en el Centro Cultural Recoleta, pero perdí. También perdí un concurso de poesía.
¿Todos llegaron a mostrarse o estrenarse?
No, la bicicleta no la pude concretar, aunque había armado los diseños y la mar en coche, pero es muy difícil. La aplicación la hice, y en base a esa armé otras. Pero la tengo para uso privado.
Es importante que después de haber leído eso último se imagine una risa (matiz a gusto), ayudará un montón a algo, seguro.
¿Cuántos te esperan ahora?
Actualmente realizo una participación espectral en  Acá el tiempo es otra cosa, obra de teatro que trabaja sobre unos cuentos de Tomás Downey. Estoy ahí, como parte de un engranaje extraño, sonando. Lo demás es resultado de la magia que opera en la maquinaria bestial de los que constituyen la obra. Tambien estoy con la organización de “El Melindre” la feria itinerante de la Orquesta Espantapájaros. La primera edición fue preciosa: tuvo a Inés Morán como pitonisa y herbolaria, el cuentacuentos Marko Mosquera, una feria americana de fotos de Vero Cozzi y la presentación de “En otro orden de cosas”, una especie de revista pequeña, desordenada, en forma de tarjetas, en una cajita de cartón. Publicamos poetas no muertos, ilustradores y fotógrafos, entre otras cosas. Una especie de Miriorama. Cada número está referido a una temática puntual y es de edición trimestral.
Estoy armando una pequeña banda con la que me presento como solista, cuando no lo hago en la mismísima soledad, y trabajando sobre nuevo repertorio: algún poema griego musicalizado, alguno propio, y obras instrumentales.
También me presento eventualmente con otro guitarrista para cantar tango en milongas o lugares extraños.
Escribo en el blog cuando tengo ganas de decir algo.
¿Cuál es el proyecto al que dedicaste más tiempo hasta la fecha?
¿Cómo lo recordás? ¿Qué hubo de bueno y de malo?
Lo recuerdo, en general, como recuerda uno a los muertos.
La posibilidad de viajar, de laburar con escultores, poetas y músicos entrañables, de conocer La Pampa y la poesía de Bustriazo, de terminar haciendo espectáculos junto al Tata Cedrón. Todo eso de bueno.
De malo las especulaciones, los egos, la violencia con la que se disolvió el grupo.
¿Vivís de lo que amás o tenés otra actividad que ayuda a pagar las cuentas?
Soy docente de música en un par de escuelas. También hago laburos de diseño, tapas de disco, flyers.
¿Con qué otras artes te relacionas habitualmente?
En una época iba bastante a milonguear, bailo griego también. Disfruto haciendo collages con fotos antiguas, escribiendo poesía y cocinando. Ya no dibujo tanto como antes, y siempre estoy envuelto en algún numero teatral. Eso.
¿Qué es lo más absurdo que has hecho por amor al arte?
¿Por amor? Cobrar.
¿Hay algo que no volverías a hacer?
Cuando era chiquito puse una almohadita cuadrada en el piso, me subí a la cama marinera y me tiré de cabeza. No lo volvería a hacer.
¿Qué estás leyendo?
Un árbol de ángeles de Jorge Najera y Poemas de César Fernández Moreno.

 ¿Qué autores recomendás siempre?
Depende mucho a quién y para qué.
¿Qué artistas – de cualquier ámbito - te resultan imprescindibles?
Los que no se pierden en el onanismo egoico, los que buscan para adentro, los que muestran.
¿Qué buscás en la gente con la que elegís laburar?
Que sean de verdad.
¿A qué profesionales de tu ámbito seguís de cerca?
Una vez me crucé de casualidad con un cantautor en La Pampa, lo acompañé varias cuadras mientras le contaba lo que hacía. Al llegar a nosédónde me miró entre asustado e indiferente. Desde ese día procuro no seguir a nadie. A no ser que ya esté muerto. En ese caso sí, es mucho más fácil.
¿Con quién hablás sobre tu trabajo? ¿Pedís consejo o asesoramiento a alguien de confianza?
Sí, a muy pocos en verdad. Principalmente con mi pareja, mi cuñado y mi hermana.
¿Pedís subsidios para tus proyectos? ¿A qué instituciones?
Sí, todos los posibles. Al INAMU, la Bienal, Estudio Urbano, el Fondo Nacional de las Artes.
¿Por qué?
Porque grabar un disco es carísimo.
¿Por qué vivís en Buenos Aires?
No sé.
¿Hay algún viaje que marcara un antes y un después en tu trabajo?
De chico gané un sorteo para viajar a Grecia. Éramos niños, de todas partes del mundo, viviendo sin familiares en un lugar increíble. A la noche se hacían unas tertulias al aire libre con música, micrófono libre. Un día quise cantar y tuve una reacción hermosa de los griegos. Desde ese día canté todas las noches.
También un viaje muy presente es el de Cuba. Estuve viviendo en la casa de quien me acunara como padrino musical: Lázaro García, un trovador encantador, y tuve la oportunidad de conocer de cerca parte del mundo de la canción cubana. Volví con composiciones, poemas nuevos, y me puse a tocar en vivo, tenía algo así como 15 años.
¿Cuándo te das cuenta de que tenés un nuevo proyecto entre manos?
Cuando me pesan.
¿Sentís que tenés un sistema personal de trabajo?
No creo que sea personal. Entiendo que la cabeza debe ser concebida como un atanor, un horno. Uno tiene que aprender a reconocer los procesos internos, confiar en la maquinaria y el nivel de obsesión que puede volcar en la depuración final. Saber cuándo está bien de harina , los tiempos de cocción y esas cosas. Cada idea germina en comunión con todos los otros entes que conviven en lo intangible inexorablemente. Cuando toman peso propio, cuando coagulan, flotan a la conciencia y surge la idea que uno puede refinar posteriormente.
¿Qué hay en tu lista de cosas pendientes?
La revolución.
Tener una casa en el campo.
Comprar yerba.
¿Tenés un panorama claro de lo que vendría siendo tu trayectoria?
De lo que vendría siendo, sí.
¿Qué es lo que más te preocupa en tu futuro?
Me preocupa mucho ser un Golem de bits creado por un ludópata.
¿Qué hacés cuando no estás trabajando? 
Pienso en cómo mejorar mi productividad. Se lo juro.
¿Si no te dedicaras a esto qué estarías haciendo?
Algo realmente productivo.


Discografía

Acá el tiempo es otra cosa





Zapping escénico sobre relatos de Tomás Downey

Tres personajes habitando el frágil mecanismo del recuerdo.


Juan Manuel López Baio, Pablo Pandolfi, Ary Pardal
Música: Nicolás Blum
Asistencia de dirección: Ariadna Mierez
Gráfica: Dalmiro Zantleifer

Adaptación y dirección: Macarena Trigo


Sábados a las 21h 
Espacio 33
Treinta y tres Orientales 1119



Cartografía de una voz

Acá yace el tesoro, le dijo una mañana sonriendo.
Ella observó prudente sus dedos en el aire como tanta otra vez.
Su espera alimentaba la esperanza, pero ya no era joven y nunca fue feliz.
Miró el punto de luz donde su anillo brillaba bajo el sol y quiso hacer preguntas.
Pero no fue educada para eso.
Apenas asintió.

La palabra es distinta cuando vuela. El papel no es su casa.
Los antiguos contaban frente al fuego los misterios exactos.
La forma de la estrella y de los números es el nombre de dios. Impronunciable.
Y tus ojos también, sentenció categórico logrando que temblara como si.
La canción es del aire y nosotros la luz, su forma en este mundo.
La voz que ahora te llega ya no es mía, ni tuya. El sonido no es eco.
La impronta no es tu huella sobre esta cicatriz.
Algún día la voz será libre y de todos. También nuestra.
La música se aprende pero la voz acierta a defenderse,
se maleduca sola, contradice, reniega. También está cansada. Como vos.
Pero sabe callar. Puede volver.

Ella cerró los ojos para no contemplar su forma en este mundo cuando inició su canto
porque aquella belleza era siempre extranjera y sabía doler y hacerse recordar.
La voz supo contar lo del almendro en flor y una forma de amor muy desmedida
donde el pasado incierto ya anunciaba lo mucho que después y todo cuanto ahora.

El silencio entre ambos cayó como la arena del reloj en el templo.

Sintió su mano suave difuminando el fondo de paisaje
sobre el lienzo que siempre dibujaba para explicarle el mundo,
y se atrevió a volver. Y se atrevió a mirar su boca amable sin saber qué buscar.
Y quiso hacer preguntas. Pero no fue educada para eso.

El prodigio era así. Fugaz pero constante. Su voz era un legado.
Él era tantos otros bajo un nombre que sólo al darles voz podía ser y estar.
Ella estaba segura de no soñar despierta en ese instante
porque en sus sueños la voz era lejana y no invocaba al viento
y no hacía llover o alimentaba así.

No hay nada que temer, le aseguró discreto como tanta otra vez.
Lo que sentís, sucede. Justo ahora.
No soy la voz que ves, pero está en mí quizá sólo por vos. 
La voz no pertenece. Nos habita. Cuando la luz se apague, la voz sabrá gritar.
Yo cantaré por vos. No hay nada que temer.


Y supo sonreír antes del tarareo acostumbrado. 

Ella quiso abrazarlo. Pero no fue educada para eso. 


m.trigo







Quizá el amor no sirva si es escrito





Qué se puede esperar y quién merece.
Dónde atrinchera el tiempo mientras tanto. 
En este gran convento 
los días son excusas milenarias
que a nadie pertenecen.
La eternidad no ciñe la costumbre, 
apenas si protege
de la lluvia de insultos cuando afuera. 
A veces hay un dios donde el amor se posa. 
A veces el silencio es más preciso. 
Morir es tan constante y necesario 
como la vida misma. 
Teme quien se resiste a la evidencia,
quien sólo aspira a amar por vocación. 
Sin fe. 

Se duele cada hueso desterrado del cuerpo de la luz. 
Fuimos polvo de estrellas y agua helada. 
La sangre sólo es roja, créanme. 


**

No es esto lo que pienso, me insulto en el teclado. 
La forma de este amor debe ser otra. 
No acepto parecidos, ecos, sombra. 
Quiero mudar caverna, piel, serpiente. 
Quiero aprender de nuevo cada herida. 
Me enojo con la forma del relato
 y el pulso de mi inercia.  
Volar todos los puentes tiene un precio. 
Me falta infraestructura y algo de inteligencia. 
Emocional también, sí, por supuesto. 
Quiero dinamitar cada sagrario 
donde mi corazón late por nadie. 
Volver a llorar dentro de ese músculo infame. 
Desmemoriar completa la heroicidad idiota. 

No sé explicarte nada 
que no parezca un rezo a un dios cansado. 

Quizá deba tallar piedras ahora. 
Quizá el amor no sirva si es escrito. 


m. trigo

Anatomía forense



ph: Guillermo Mayoral



Tengo un cuerpo
donde a veces estoy.
Éste.
Uno al que voy a veces.
Éste.
Un cuerpo que me tiene.
Presa.
Éste.
Tengo un cuerpo que me lleva.
Éste.
No se parece a otro.
No me gusta.
No me cierra.
No me cuadra.
Éste.
El cuerpo donde habito.
Vivo.
Donde envejezco.
Crezco.
No nació ningún hijo de este cuerpo.
Ni lo hará.
Tengo un cuerpo que soy.
Soy un cuerpo.
Éste.
Un cuerpo sólido.
Caliente.
De corazón helado.
Ojalá.
Un cuerpo hormigonado.
A veces.
Silenciado.
Siempre.
Oculto.
No lo visto. Lo tapo.
Soy prudente.
Precisa.
Mojigata.
Soy un cuerpo escondido que pasea.
Éste.
Trabaja.  
Come mal. No va al médico.
Tiene un dedo torcido.
Éste.
Cicatrices.
Ésta.
Lunares.
Sospechosos.
Una hernia.
De disco.
Ya no es joven mi cuerpo.
Ya no es lindo.
No lo fue.
No lindo de ese modo.
No un cuerpo lindo entero.
Tuvo partes.
Momentos.
Estuvo enfermo.
Pesó más.
Y algo menos.
No toma sol mi cuerpo.
Hace siglos.
No se mete en el mar.
Ni en la pileta.
No es acuático.
Pesa.
No es letal.
Muere rápido.
Así.
Acá y ahora se muere.
No lo niega.
No lo puede evitar.
Es un cuerpo reloj.
Cronometrado.
De fábrica. Fallado.
Es un cuerpo sin gracia.
Sin sal.
Sin ton ni son.
Un cuerpo que podría ser distinto.
Vitaminas, deporte, cirugía.
Podría mejorarse sin motivo.
Por interés. Capricho.

Es un cuerpo pegado a una cabeza.
Ésta.
Tampoco la cabeza es la gran cosa.
Pero tiene los ojos,
las orejas,
trae el sentido, el relleno,
compensa lo que el cuerpo nunca pudo.
Se le pone valor a la cabeza.
Se lo doy, se lo otorgo.
En mi cabeza las cosas son distintas.
No están bien. Son distintas.
Y mi cuerpo está lejos, distanciado.
Extranjero. Promiscuo.
Mi cuerpo es un dolor de cabeza.
Es curioso el efecto programado.
La genética atroz. Sus consecuencias.
Es enorme el desastre.
La costumbre de vivir así,
como si nada,
dentro de un cuerpo extraño,
que tengo en propiedad,
que maltrato y descuido
porque es mío.
Tengo un cuerpo.
Éste.
Que no soy.
O sí.
Pero no sólo.
Un cuerpo que contiene
sin consuelo.
Un cuerpo que otros miran,
reconocen,
juzgan,
comparan,
contradicen,
esquivan,
abrazan si me dejo.

Un cuerpo donde moriré.
Éste.
Siendo otra.

Alguien a la que nunca conocí.



m.trigo